Sólo los muertos conocen Brooklyn (fragmento)TC Boyle
Sólo los muertos conocen Brooklyn (fragmento)

"El hombre llevaba un niño colgado de su pecho, en una especie de bolsa, al estilo indio. Su esposa era baja, lisa como una tabla, y llevaba Bermudas sobre sus delgados muslos. Le recordó a la clase de mujer que había en la Misión de la Luz Divina. ¿O era en la Liga de Enemigos de la Guerra? A veces era duro separar una experiencia de la otra. La ciudad de los muchachos era fácil de recordar, pero los años que pasó en el Pueblo después de la Armada no eran tan fáciles. Uno de los doctores dijo que la capacidad de su mente era inferior a la normal. ¿Así que, qué cojones sabía? La mujer acarició la única parte del niño que sobresalía de la bolsa: una cabeza llena de mechones rubios y dijo casi ronroneando: Quizás encontremos algo. Echemos sólo una ojeada, de la uno a las diez, quiero poder verlas todas.
El niño empezó a llorar. Un biberón le hizo callar.
El hombre con cabeza grande miró el programa por encima tan rápido como pudo. No era especialmente bueno leyendo, pero sabía lo que estaba buscando. De este modo podía eliminar una media de siete de cada diez lugares. Éstas eran casas de cooperativas, de las que el programa decía que pertenecían a grupos formados por marido y mujer. Los maridos podían ser un estorbo. Las tres restantes, lo sabía, eran arriesgadas, pero no se mencionaba que viviera en ellas ningún hombre. Una se refería a el propietario, la otra a Page Zelenik, que tanto podría ser hombre como mujer, y la última a el ocupante. Normalmente siempre había una soltera, una de esas mujeres extravagantes, que no podían resistir la tentación de presumir, siempre intentando probar algo, como que eran capaces de hacer cualquier cosa que los hombres hicieran. Había toda clase de jodida gente por allí.
Se acordó de cómo había encontrado aquélla, Samantha, en el seminario que había visto en las secciones personales de La Voz. En Víctimas del síndrome de divorcio de los restauradores de casas. Había otro chiste: la restauración la había matado, pero se había conservado muy bien.
El problema era que no tenía a nadie a quien contárselo.
Así que tendría que escoger entre las robustas casas de piedra oscura con el techo en forma de L, trabajo de madera del Eastlake, y lámparas de gas; la antigua farmacia con suelo de cerámica y restos de decoración artística; y la vieja fábrica que había sido convertida en cooperativas, una de las cuales era la del programa, y en la que el ocupante había derribado tabiques para crear un tríplex con una aireada habitación en el piso superior, que sobresalía de la estructura de la casa y las ventanas habían formado parte, originalmente, de las puertas del garaje.
Decidió ver la última, no por ninguna particular intuición, sino porque su madre había trabajado allí, cosiendo chalecos salvavidas.
Subió rápidamente la cuesta, uniéndose a la cola fuera del edificio y entregando su billete para que lo sellaran mientras apartaba sus ojos del voluntario, en la entrada. No le gustaba mirarlos.
Justo delante de él en la cola, había una mujer con pelo colorado, una camiseta East Village y una chaqueta negra con el cuello subido; cuando él merodeaba por la parte este del Pueblo no tenían camisetas con el nombre escrito. Y sólo los jóvenes de la avenida C llevaban chaquetas negras de cuello alto. Eso era cuando vinieron a Brooklyn a aplastarles el cráneo a los jóvenes hippies, que estaban durmiendo sus viajes por el mundo de las drogas en los portales de St Mark’s Place, en la Segunda Avenida. La mujer monologaba con su pareja, un hombre muy bajo con un peinado igual al de ella. "



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