Permiso para retirarme (3ª Parte de Antimemorias) (fragmento)Alfredo Bryce Echenique
Permiso para retirarme (3ª Parte de Antimemorias) (fragmento)

"Rápidamente los Berenguer, Joan y Ángel, pasaron de ser los gordos a llamarse sencillamente por su nombre de pila. Aquella fue una amistad a primera vista, y la tierra de Ángel se convirtió en una parada obligatoria de nuestros vagabundeos veraniegos por España. Por aquella época, la Madre Patria era lo más barato que había en Europa, y Almería era también lo más barato que había en la Madre Patria. Por aquellos años, Maggie y yo solíamos pasar los meses de verano paseando por toda España y alojándonos en las pensiones más baratas del mundo. Yo juraría que fue un verano del 68 cuando se casaron Ángel y Joan, un mes de agosto, en Almería, y allá fuimos a dar los cuatro amigos de París, o sea, los Linares, Mercedes y Antonio, Maggie, que aún no era mi esposa, y yo. Los Linares llegaron de Málaga, de donde era natural Antonio. Mercedes, su esposa, era de Gerona, en Cataluña.
El loco de Ángel llegaba con todo tipo de regalitos, muchas veces pericoteados de alguna tienda parisina. La verdad es que no sé cómo un año logró meterse en los bolsillos del saco y el pantalón una buena docena de muestras de perfumes que encontró en las Galerías Lafayette, de París. Al llegar a Almería reunió los frasquitos de perfumes en una cajita y se los entregó a su madre y a sus hermanas, ya que perfumarse no era cosa de machos en la Almería de aquellos años. Horror de horrores, las chicas fueron descubriendo una tras otra que aquellos frasquitos no contenían más que agua coloreada y ni siquiera bendita.
El mundo de Almería y la familia de Ángel se merecía un pintor de la talla de Fernando Botero, el colombiano que pinta gordas y gordos. La madre era tan afectuosa como inmensa y un pisotón de ella sí que te rompía hasta el último hueso de los dedos del pie. Su pasión era la santa Iglesia católica y Dios sabe cómo se las arreglaba para llegar a una iglesia y dejar chorrear toda su devoción ante un altar. El padre de Ángel, cuyo nombre era también Ángel, era un gordo no tan gordo como su esposa, y tenía en los bajos de la casa una pastelería llamada La Flor y Nata. Las noches las pasábamos unas tras otras en un lugar llamado El Alcazaba, que quedaba en lo alto de una colina y entre una tupida arboleda. Ahí cantaban juntos ante un público entendido y beato los más grandes cantaores de la época, y de los cuales he conservado discos de todo tipo y tamaño. "



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