Justicia (fragmento) "Inicio de las pesquisas: mi nueva vida empezó con ímpetu. Al día siguiente ya poseía definitivamente el nuevo despacho y el Porsche, aunque el coche resultó ser más viejo de lo que yo había supuesto y se hallaba en un estado que me hizo considerar un poco menos filantrópico el precio exigido por Lienhard. La oficina había sido del ex campeón olímpico de esgrima y campeón suizo de tiro al blanco, Dr. Benno, que iba de mal en peor hacía tiempo. El bello Heinz el olímpico permaneció al margen de la transacción. Estaba dispuesto —como me explicó el arquitecto Friedli, quien me había llevado allí a primera hora— a dejarme la oficina por dos mil al mes, cuatro mil de entrada, una suma que iría a parar al bolsillo de no sé quién, pero me permitía ocupar la oficina de inmediato y heredar no sólo el mobiliario de Benno, sino también su secretaria, una suiza del interior, algo soñolienta, con un nombre más alemán que suizo —Ilse Freude— y aspecto de copetinera francesa, que se teñía constantemente el pelo de un color diferente, pero era asombrosamente hábil; en resumidas cuentas, un chalaneo que yo no acababa de ver claro. A cambio, la antesala y el despacho del Zeltweg eran decorosos y tenían vista sobre los inevitables embotellamientos de tráfico, el escritorio inspiraba confianza, los sillones eran correctos y, mirando hacia el patio interior, había una cocina y una habitación donde instalé mi diván de la Freiestrasse: no fui capaz de separarme de aquel viejo mueble. El negocio pareció prosperar de la noche a la mañana. Tenía en perspectiva un lucrativo divorcio, un viaje a Caracas me guiñaba el ojo por encargo de un gran industrial (Kohler me había recomendado), había que arreglar unos líos de herencia y defender en magistratura a un comerciante en muebles, amén de unas jugosas declaraciones de renta. Me hallaba en un estado anímico demasiado incauto y dichoso para pensar en la oficina de investigación privada que había puesto en marcha las pesquisas y cuyo informe quería esperar antes de proseguir con el caso Kohler. Al mismo tiempo, Lienhard hubiera debido ponerme más receloso de lo que ya estaba: el hombre tenía intenciones secretas e impenetrables, me había sido recomendado por Kohler y se había mostrado excesivamente ansioso por colaborar. Y pasó a la acción metódica y escrupulosamente. Instaló en el «Du Théâtre» a Schönbächler, uno de sus mejores hombres, que poseía en el Neumarkt una casa vieja, aunque cómoda, y había transformado el desván en un espacio habitable. Allí instaló su enorme discoteca. Por todas partes había altavoces. A Schönbächler le gustaban las sinfonías. Su teoría (estaba lleno de teorías): las sinfonías son lo que menos obliga a la gente a escuchar, al oírlas uno puede bostezar, comer, leer, dormir, conversar, etc., en ellas la música se anula a sí misma, se hace inaudible como la música de las esferas. Rechazaba la sala de conciertos como un invento bárbaro. Hacía de la música un culto, y afirmaba que la sinfonía sólo era permisible como música de fondo, pues sólo así era algo humano y no algo que violaba; por ello, no comprendió la Novena de Beethoven hasta que se comió un pot-au-feu mientras la oía; para Brahms recomendaba crucigramas, aunque también las escalopas vienesas eran posibles, y para Bruckner, jugar al jass o al poker. Lo mejor era, sin embargo, hacer sonar dos sinfonías al mismo tiempo. Cosa que supuestamente él hacía. Consciente del estrépito que armaba, había distribuido el alquiler de los otros tres habitantes de la casa según un sistema exactamente calculado. El apartamento situado debajo de su desván-discoteca era el más barato, el inquilino no tenía que pagar nada, sólo aguantar música, horas y horas de Bruckner, Mahler o Shostakovich; el piso intermedio costaba lo normal, y el más bajo tenía un precio casi prohibitivo. Shönbächler era un hombre sensible. Su aspecto exterior no ofrecía ninguna peculiaridad especial, todo lo contrario, visto desde fuera parecía la personificación del burgués modelo. Vestía con pulcritud, olía agradablemente y jamás estaba borracho; en general, vivía en óptimas relaciones con el mundo. Por lo que a su nacionalidad respecta, se calificaba a sí mismo como ciudadano de Liechtenstein. " epdlp.com |