La avería (fragmento)Friedrich Dürrenmatt
La avería (fragmento)

"Para sorpresa suya, su declaración suscitó de nuevo una hilaridad fantasmal, incomprensible, la alegría de todos era aún más alocada que antes, el fiscal gritó: «¡dolo malo, dolo malo!», vociferó unos versos en griego y en latín, citó versos de Schiller y de Goethe, mientras el juez bajito apagaba todas las velas menos una que utilizó para, con las manos delante de la llama, proyectar sombras fantasiosas, bufando, balando fuerte. En la pared aparecieron cabras, murciélagos, demonios y duendes del bosque, al tiempo que los dedos de Pilet tamborileaban en la mesa con tanta vehemencia, que las copas, los platos y las bandejas danzaban: «¡Habrá sentencia de muerte! ¡Habrá sentencia de muerte!». El abogado defensor era el único que no participaba en aquel alboroto; le pasó la bandeja a Traps y le dijo que se sirviera, que tenían que darle bien al queso porque no quedaba nada más.
Trajeron un Château Margaux. Con él volvió la calma. Todos clavaron la mirada en el juez que comenzó a descorchar con sumo cuidado y ceremoniosamente la botella llena de polvo (cosecha de 1914). Utilizaba un sacacorchos especial, anticuado, que permitía abrir la botella tumbada sin sacarla de la canastilla, un procedimiento que todos siguieron en suspense, conteniendo el aliento, era importante que el corcho resultara indemne, pues era la única prueba de que la botella era realmente del año 1914, ya que las cuatro décadas transcurridas habían destruido la etiqueta por completo. El tapón no salió entero, la parte restante hubo que extraerla con delicadeza, pero en él podían leerse todavía los guarismos del año, pasó de mano en mano, lo olieron, lo admiraron y finalmente lo pusieron en manos del representante general con toda solemnidad, para que se llevara un recuerdo de aquella maravillosa velada, según dijo el juez. Éste probó el vino, chasqueó la lengua, llenó las copas y, acto seguido, los demás comenzaron a oler, a beber, rompieron en exclamaciones entusiastas, alabaron al espléndido anfitrión. Hicieron circular el queso, y el juez requirió al fiscal para que pronunciara su «discursito de imputación». Éste solicitó velas nuevas para empezar, dijo que había que proceder con solemnidad, con seriedad, que era necesaria mucha concentración y recogimiento interior. Simone trajo lo solicitado. Todos estaban atentos, al representante general le pareció ligeramente inquietante ese momento, sintió escalofríos, pero al mismo tiempo su aventura le parecía maravillosa y por nada en el mundo habría renunciado a ella. Sólo el abogado defensor parecía no estar conforme. "



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