Jill (fragmento)Philip Larkin
Jill (fragmento)

"John se entretuvo alineando los zapatos de Christopher y los suyos junto a la puerta, para que el sirviente los limpiara por la mañana, y colgando la bufanda de Christopher. Fuera había dejado de llover. Por último, se fue a la cama y permaneció despierto en la oscuridad, oyendo con rencor la pesada respiración de Christopher, rayana en el ronquido. Lo agobiaba estar tan cerca de él. De la habitación contigua llegaba el sonido de un piano; allí había un joven rico que tocaba a todas horas. John escuchó. Se sintió bailar con gracia a lo largo de la fina sucesión de notas. Era una música lenta, impregnada de tristeza.
Pensó en Jill, como haría en adelante (aunque todavía no lo sabía) cada vez que algo lo emocionara levemente. Imaginó que era ella quien tocaba el piano y que vivían los dos en una casa grande con jardines. Caía la tarde y él estaba fuera; el césped estaba cubierto de sombras y el sol tan bajo que sus rayos solo se reflejaban en las ventanas de la buhardilla. Los colores de las flores y las hamacas de rayas que habían quedado en el jardín se difuminaban. Junto al invernadero había una pila de macetas rojas desconchadas. El sonido del piano llegaba desde una gran sala de la planta baja que tenía las ventanas abiertas, y él echó a andar hacia ellas sintiendo que el aire era palpable, como si caminase por el lecho de un mar transparente. Veía a Jill sentada al piano, vestida de blanco. Tenía la cabeza un poco inclinada para leer la partitura y sus hombros se movían mientras tocaba. Llevaba el pelo rubio recogido con una cinta; sus brazos, todo su cuerpo, eran tan delgados que se adivinaban los huesos.
Durante un rato se conformaría con mirar y escuchar, pero después ella correría las cortinas y él entraría en la casa.
A la mañana siguiente, lo primero que hizo John después del desayuno fue sacar del sobre la carta de su hermana y quemarla.
En la cama, antes de levantarse, se le había ocurrido que, si dejaba una carta de Jill por ahí, tal vez Christopher la leería subrepticiamente, con lo que el dominio que tenía sobre él (en caso de existir) se reforzaría. Así pues, por supuesto, era preciso escribir la carta. Se sentó ante el escritorio. Fuera, la lluvia salpicaba las ventanas y el cielo estaba tan oscuro y tormentoso que tuvo que encender la lámpara.
Era curioso que no tuviera ninguna duda sobre qué escribir. Cierto que hizo varios borradores, pero era porque le costaba imitar la letra de su hermana basándose solo en la dirección del sobre. Era apretada y menuda, como la suya, y con trazos sutilmente más toscos podía sugerir inmadurez. Trabajó muy concentrado, como un grabador o un herrero, con los pies juntos y el pelo brillante bajo la lámpara. Christopher seguía en la cama, en la otra habitación. "



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