Los europeos (fragmento)Rafael Azcona
Los europeos (fragmento)

"El chalet de los italianos estaba rodeado de pinos y sabinas y disfrutaba, casi en exclusiva y seguramente sin ningún derecho, de una pequeña cala a la que se accedía por una empinada escalera de piedra; los invitados no bajaron a ver la caleta porque Marco Cristaldini era una masa de uno noventa de altura y ciento diez kilos de peso que, a aquellas horas de la noche, ya estaba fumado, y su señora, Stefania, pequeñita y pizpireta, le tenía terminantemente prohibido correr riesgos después de la puesta del sol; eso sí, en la zona exterior los anfitriones les enseñaron la piscina y la pista de tenis, y en la interior el dormitorio matrimonial con un espejo por techo, el baño faraónico con todos los aparatos sanitarios duplicados, y el salón, decorado con trofeos de guerra conquistados por Marco en la de Abisinia.
La mayor parte de las dos docenas de invitados pertenecía a lo que se podía considerar colonia extranjera —gente con casa propia en la isla—, pero había también una representación de la sociedad local y otra de los veraneantes nacionales y extranjeros ocasionales; Marco, que circulaba entre ellos con un pareo hawaiano colgado de sus pechos de nodriza, les tocaba el culo a las invitadas con una gran naturalidad, y Stefania, que parecía especializada en sorprenderse de todo, daba muestras de su capacidad para el asombro lanzando exclamaciones que enmarcaba entre gorjeos.
Para satisfacción de Miguel —y sobre todo, de los amantes de la pasta—, los Cristaldini dieron de cenar: en el jardín plantaron un monotemático bufet con tres timbales de espaguetis: spaghetti a l’olio e peperoncino, spaghetti al pesto y spaghetti di mezzanotte, platos cuya elaboración fue descrita minuciosamente por Stefania con traducción simultánea de Valeria, pues la condesa, que había estado casada con un chileno hasta que el Tribunal de la Rota la devolvió a la soltería, dominaba el español.
En el capítulo de las bebidas, las explicaciones corrieron a cargo de Marco, pesadísimo en su afán de recalcar que en aquella casa todo era genuinamente italiano. Como aperitivos se ofrecieron el Campari, el Carpano, y los canónicos vermuts Cinzano y Martini Rossi, «elaborados a partir de plantas y hierbas maceradas entre las que cabía citar el ajenjo, hisopo, coriandro, quina, bayas de enebro, clavos de giroflé y cortezas de naranjas amargas». La pasta la pudieron regar los comensales con valpolicellas, montepulcianos, lambruscos, barbarescos, barolos, frascatis y chiantis; Cristaldini no perdonó en cada caso denominaciones de origen, tipo de uvas, añadas y señas personales de los propietarios de las bodegas. La oferta de licores todavía fue más larga y pormenorizada: Marco Cristaldini tenía resabios fascistas —sentimentales, confesaba y puntualizaba con orgullo—, y como el amore di patria era para él lo primero, tampoco en este apartado dio entrada a ningún producto extranjero; agotados los timbales de espaguetis, pasó a presentar las especialidades basadas en la maceración de hierbas, raíces, cortezas, bayas y flores genuinamente italianas: el Galliano «aromatizado con vainilla», el Alpestre «elaborado por los Padres Maristas en los Alpes», el Frangelico «con regusto a avellanas», el Cynar de alcachofa «contro il logorio delta vita moderna», el Fernet «inventado por el doctor del mismo nombre y comercializado por los hermanos Branca», el Arbouse «hecho en Córcega con madroños», la Grappa «destilada del orujo de uva», el Nettarina «a base de melocotones», la Sambuca «que unía el anís al regaliz», el Amaretto di Saronno «obtenido de almendras y albaricoques», y el Strega, «que a la mezcla de hierbas, raíces, cortezas, bayas y flores, le añadía hojas de eucalipto». "



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