La parábola del sembrador (fragmento)Octavia E. Butler
La parábola del sembrador (fragmento)

"Anduve por el centro de la calle con los ojos y oídos bien abiertos e intentando evitar los baches y los pedazos de asfalto fragmentado. No había demasiada basura. La gente usaba como combustible todo lo que pudiera arder. Se habían llevado todo lo que pudiera reutilizarse o venderse. Cory lo comentaba a menudo. La pobreza, decía, había hecho que las calles estuvieran más limpias.
¿Dónde estaba Cory? ¿Adónde había llevado a mis hermanos? ¿Estaban todos bien? ¿Habían conseguido salir siquiera del barrio?
Me detuve. ¿Seguirían allí mis hermanos? ¿Y Curtis? No había llegado a verlo, aunque, si alguien podía sobrevivir a esta locura, eran los Talcott. Pero no había forma de que nos encontráramos.
Sonido. Pasos. Dos pares de pasos que corrían. Me quedé donde estaba, clavada en el sitio. Nada de movimientos repentinos que llamaran la atención. ¿Me habrían visto ya? ¿Se me veía (una silueta más oscura en medio de la oscuridad de una calle por lo demás vacía)?
El sonido estaba a mi espalda. Presté atención y me di cuenta de que se echaba a un lado, se me acercaba, me dejaba atrás. Dos personas corriendo por una calle lateral, sin preocuparse del ruido que hacían, sin preocuparse de sombras con forma de mujer.
Dejé escapar el aliento e inhalé por la boca, porque así podía tomar más aire con menos ruido. No podía volver a donde los incendios y el dolor. Si Cory y los niños seguían allí, estarían muertos o, peor aún, cautivos. Pero iban delante de mí. Tenían que haber salido. Cory no les habría dejado volver en mi busca. Había un fulgor luminoso en el aire, por encima de lo que había sido nuestro barrio. Si Cory se había llevado a los niños, no tenía más que mirar atrás para darse cuenta de que no podía volver.
¿Llevaría consigo la Smith & Wesson? Ojalá que sí: la pistola y las dos cajas de munición que venían con ella. Yo solo llevaba la navaja de mi mochila y la 45 automática, ya vieja, de Edwin Dunn. Y la única munición que tenía era la que había dentro de la pistola. Si es que no estaba vacía. Conocía la pistola. Era de siete balas. La había disparado dos veces. ¿Cuántas la habría disparado Edwin Dunn antes de que le dieran a él? Esperaba no tener que averiguarlo hasta el día siguiente. Llevaba una linterna en la mochila, pero no tenía intención de usarla a menos que estuviera segura de no llamar la atención de nadie al hacerlo.
De día, al ver el bulto de mi bolsillo, la gente se lo pensaría dos veces antes de robarme o violarme. Pero, de noche, la pistola azul sería completamente invisible incluso llevándola en la mano. Si estuviera vacía, solo podría usarla para golpear con ella. Y, en cuanto le diera a alguien, también podría estar dándome a mí misma. Si por algún motivo quedaba inconsciente durante una pelea, perdería todas mis posesiones, si no la vida. Esta noche tenía que esconderme.
Al día siguiente ya me encargaría de demostrar que iba armada. Casi nadie se arriesgaría a que le disparara solo por comprobar si la pistola estaba cargada o no. Para los indigentes, sin acceso a la atención médica, hasta una herida leve podía ser mortal.
Yo misma soy ahora una indigente. Quizá no tan pobre como otros, pero sí alguien sin un hogar, sola, cargada de libros e ignorante de la realidad. A menos que me encuentre a alguno del barrio, no hay nadie en quien pueda confiar. Nadie que me ayude.
Algo menos de cinco kilómetros hasta las colinas. Me quedé en los callejones iluminados por la luz de las estrellas, aguzando el oído y mirando a mi alrededor. Tenía la pistola en la mano. Había decidido llevarla así. Oía ladridos y gruñidos de perros que se peleaban no muy lejos de donde estaba yo. "



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