Los nombres del aire (fragmento)Alberto Ruy Sánchez
Los nombres del aire (fragmento)

"Al quitarse la ropa y sentir sobre su cuerpo la luz del sol, intensificada y coloreada por los vitrales del techo, Fatma se había sentido tocada con delicadeza por alguien que tocaba de la misma manera a todas las que entraban con ella. Esa luz la unía a las otras revistiéndola con el mismo manto, y ahuyentaba del lugar a los estorbosos ángeles del pudor, quienes, al contrario de esa luz, son capaces de hacer sentir desprovistas de velos a la mujer de ropa más amurallada. Vestida del calor de los cristales, Fatma entraba discretamente en la conversación de las otras sólo con miradas bajo los mismos reflejos; y siguiéndolas a distancia entró en la segunda habitación.
Ahí los cristales ya no velaban las miradas y la piel era devuelta a su propio color. Los muros estaban cubiertos de mosaicos pintados con grecas y trazos voluptuosos que en todo se acomodaban a los pliegues más recónditos de los cuerpos, convirtiéndose en su eco infinito. Ya no ocultándolos sino descomponiendo su existencia y multiplicando sus secretos: confundiendo a los cuerpos con sus imágenes, otorgándoles una extensión más sutil que su propia sombra. Fatma dejó que su mirada se hundiera en los huecos dibujados en la pared, que ya eran sus propios huecos, humedeció la ondulación de sus cabellos en el agua de una fuente, y fue tomando sobre toda la piel empapada los reflejos que antes sólo brillaran en los mosaicos.
En esa habitación el agua era menos caliente. En los tres siguientes la temperatura aumentaba poco a poco, hasta llegar a la habitación central, donde una gran fuente en medio del cuarto hacía brotar agua hirviente. Fatma pasaba suavemente por cada una de esas temperaturas sabiendo que son la escalera que lleva a la puerta, que finalmente se abre sobre una región de semisueños similares a los que diariamente, durante largas horas, veía desde su ventana.
Al entrar a la sala central, no podía dejar de sentirse impresionada por esa inmensa fuente que parecía bajar del techo con su catarata hirviente extendiendo oleadas de vapor en todo el cuarto. Alrededor de la fuente había un círculo de leones de piedra, y era necesario subirse en ellos para llenar los baldes de agua. Por las fauces echaban un líquido parecido al mercurio que recorría en canales serpentinos toda la sala, reflejando con su lento paso los cuerpos desnudos. Por el ano los leones dejaban escapar un espeso vapor perfumado y de colores.
Siempre había mujeres que jugaban entre los leones haciendo para las otras imágenes obscenas con las trompas y las colas de piedra, y quienes sentadas apacibles sobre los lomos se enjabonaban las piernas. Una vez que el agua hirviente estaba sobre su piel, de ellas emanaban vapores que, de lejos y contra la luz, parecían llamas blancas. "



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