Abades (fragmento), de Prosas y MitosPierre Michon
Abades (fragmento), de Prosas y Mitos

"Al día siguiente, antes del alba, toman las dos barcazas de la abadía, las ponen en el hilo de agua, van a buscar brazos que separarán el tótum del revolútum. El abad Èble forma parte de la expedición y Hugo también. Cada uno sentado en una barcaza y dos comparsas, detrás de cada uno, con pértigas. Los brazos que van a buscar los conocen un poco, son los que pescan para sí mismos y para los monjes, y que habitan en los islotes cercanos, Grues, La Dive, La Dune, Champagné, Elle, Triaize. De una barcaza a la otra, en el marjal, bromean sobre estos indígenas, que huelen a pescado. Dicen que adoran la lluvia como a un ídolo errante. Dicen que recubren muy piadosamente las cruces que les han plantado con miel, les ofrecen despojos de pájaros, piedras planas. Admiten que son de gran tamaño y, a menudo, hermosos, brazos de hierro, ya que los miasmas de la marisma se llevan a tantos en sus primeros años que los que quedan son de hierro. Admiten que son mansos. Los van a ver de vez en cuando, les hablan de la Salvación, ellos escuchan recatadamente pero no entienden bien la lengua. Sin embargo, entienden bastante bien cuando les dicen: tantos toneles de arenques en el monasterio para Navidad, tantas rayas de clavos y carpas para Pascua, tantas sardinas para el ordinario. «Es porque son mitad pescados», dice Hugo. «Sin embargo, los hemos bautizado», dice Èble. Ríen, el cielo enorme y pálido sobre estos pequeños monjes negros ríe también con sus gaviotas.
Desembarcan en Grues, La Dive, Triaize. Cabañas con pescados secándose, una o dos vacas errantes. Reúnen a los pescadores o sus mujeres, los que estén: los rostros afilados y los gruesos, los apabullados y los ardientes, los cuerpos diversos en túnicas que se parecen bastante a la cogulla de los monjes, salvo que no son necesariamente negras. Hacen sobre ellos la señal de la cruz, se sientan. Les dicen que van a desecar la marisma al pie de Saint-Michel, transformar el lodo en roca, hacer un milagro. La palabra milagro, desde que han empezado a hablarles de estos, la han retenido, aguzan mejor las orejas. Este milagro necesita sus brazos. Les dicen que esa tierra milagrosa y el ganado que albergará serán mitad de ellos, mitad de los abades. Les dicen que aquellos a quienes atraiga esta perspectiva deberán seguirlos de inmediato y establecer su choza en el prado del monasterio, durante mucho tiempo, en cada estación cálida; y que podrán regresar a sus hogares de octubre a mediados de mayo, cuando la marisma vuelve a ser verdadero mar y río real. Es Hugo quien lo explica, con su bella voz ardiente, y Èble agrega que, además de la tierra recobrada y el ganado, recibirán la Salvación. Los indígenas hablan extensamente entre ellos, algunos regresan a sus redes, otros, no. En La Dive, dos parejas con sus hijos ponen una barcaza en el agua y siguen a los monjes; en Grues, un anciano mudo y dos jóvenes; en Triaize, nadie. Atracan en Champagné. "



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