Inés (fragmento)Elena Garro
Inés (fragmento)

"Inés subió a tientas por las escaleras. La risa desenfrenada de Gina ocupaba el vestíbulo y los pisos superiores. La muchacha se encerró en su habitación para no escucharla. Desde su ventana espió la calle, quería saber si en verdad la señorita Irene volvía a la casa. “Pobre señorita Irene, algo le debe haber sucedido para regresar aquí.” La luz de las farolas llenaba de reflejos plateados las copas de los árboles frondosos y formaba cuevas habitadas por seres irreales. Muy abajo estaba el suelo y sus pesares, uniéndose a ella, que, por encima de las ramas, también estaba pesarosa. Si pudiera vivir en algún hueco fresco abierto entre las hojas, escaparía a la miseria que ahora la agobiaba. Las ramas se unían unas a otras para formar una amplia avenida suspendida en el aire, verde y plateada, que se perdía hasta el final de la noche clara del verano. Por esa avenida podía huir y correr a la felicidad tan alejada del ventanuco por el que espiaba la calle.
Escuchó detenerse un taxi y a través de las ramas vio la figura de la señorita Irene cargando una pequeña maleta. La acompañaba Paula. Supo que era ella por los cabellos rubios que brillaban muy abajo de las hojas. La madre acompañó a Irene a la puerta y regresó al taxi que echó a andar para perderse en la noche. El timbre de la puerta de la conserjería atravesó el vestíbulo y subió hasta su cuartucho lejano. Inés no se movió. La joven Irene llamó muchas veces a aquel timbre sonoro esperando una respuesta e ignorando que aquella puerta no iba a abrirse para ella. Irene, asombrada, repitió los timbrazos, levantó la cabeza y examinó las ventanas apagadas. Inés quiso bajar a abrir, pero la paralizó el miedo. Vio a Irene sentarse en su maleta a esperar y se sintió llena de compasión. “¡Qué alma más negra!”, se dijo, pensando en Javier encerrado con Gina en su amplio cuarto de dormir.
Transcurrió más de una hora antes de que el teléfono empezara a llamar con insistencia. Sin duda era Paula que pedía noticias de su hija. Inés no lo tocó. El timbre de la puerta llamó con desesperación sucediéndose con los timbrazos del teléfono, llenándola de angustia, mientras la casa permanecía quieta y oscura. Inés se deslizó hasta el tercer piso de donde salían las carcajadas de Gina y una rendija de luz. "



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