La debutante (fragmento)Lola Beccaria
La debutante (fragmento)

"No había día en que no pensara que la vida es un objeto inmundo y pernicioso, que se nos entrega gratuitamente para que creemos con él la horca de nuestros propios sueños, nuestro particular modo de espanto y nuestro original sistema de suplicio, todo ello avalado y rubricado con la firma de nuestros nombres sobre la lápida de nuestra tumba, al término del período de su usufructo. Pero si no había día en que no lo pensara, poco a poco me fui dando cuenta de que no había hora en que no lo pensara. Es decir, cada veinticuatro horas pensaba casi veinticuatro veces -dieciséis o diecisiete por lo menos- que la vida, mi vida, era una mierda. Cuando llegué a esa terrorífica conclusión me propuse disminuir como fuera la dosis de pensar en esa idea, intercalándola con otras de menor importancia a la hora de provocar una crisis fatal e irreversible en el interior de mi cerebro. Fue entonces cuando me dediqué a mirar el mundo para no verme a mí. El intento de relativización de mi existencia a través de la contemplación del mundo que me rodeaba no hizo sino destruirme aun más todavía. La experiencia me dejaba exhausta, porque yo ya no podía mirar mi entorno si no era con los ojos de una hipercrítica lucidez que hasta a mí misma espantaba, por desconocer su origen y no poder delimitar con exactitud su zona de influencia en mi interior. Aquel feto voraz que en un comienzo veía crecer en mis entrañas, el que decía estoy harto, tengo hambre, ya no era un ser extraño, sino parte indisoluble de mi persona. Se había apoderado de mí de tal forma que había modificado mi carácter y mi pensamiento. Jamás volvería a ser la misma. Debía aceptar el cambio, la metamorfosis que mi propia voluntad había escogido.
Al mismo tiempo, el ámbito de mis relaciones personales se había ensombrecido. Bueno, en realidad, si quiero ser justa, tengo que aclarar que en dicho ámbito nunca había lucido el sol verdaderamente. Solía aparecer nublado todas las mañanas de mi vida, pero yo ya me había hecho a la idea de que debía ser así y, por lo menos, aunque fuera detrás de las nubes más negras, siempre brillaban, débiles, algunos rayos de rutina y sosiego. Sin embargo, ahora me ocurría que no soportaba a nadie, pero a nadie en absoluto. Tan solo resistía la presencia de Dánae, cuya existencia simbolizaba el cambio. De todas formas, mi actitud hacia ella no dejaba de ser contradictoria e inconstante, fruto lógico, por otra parte, de mi estado de ánimo por aquel entonces. Unas veces me sentía eufórica, cercana al cariño, sentimiento que jamás había practicado con nadie, sublimando mi relación con ella hasta unos límites desconocidos para mí; y otras veces llegaba a odiarla con una pasión destructora, igualmente desconocida dentro del habitual panorama de sentimientos que yo había puesto en práctica a lo largo de toda mi vida. Dánae catalizaba mis pasiones y mis deseos, y semejaba a mis ojos la puerta del paraíso, en la que yo no hacía más que reflejar mis cambios de humor, de tal forma que, según fuera ella más accesible o inaccesible, dependiendo de mí misma, así yo la amaba o la odiaba en la medida en que me acercaba más o menos al término de mi aventura. "



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