Bienvenidos a Metro-Centre (fragmento)J. G. Ballard
Bienvenidos a Metro-Centre (fragmento)

"Una pequeña muchedumbre miró cómo se iban, defraudada porque los disturbios de Brooklands, lo único por lo que el pueblo se destacaba desde 1930, no estarían en los informativos matinales. Durante el breve silencio que se produjo antes de que encontraran alguna otra cosa que atacar, escuché el último boletín en la radio que compartían dos adolescentes con camiseta de san Jorge. Se producían peleas callejeras entre hinchas deportivos rivales, señaló el locutor, nueva muestra del pasatiempo tradicional inglés, el gamberrismo asociado con el fútbol. El cuerpo de policía, añadió, estaba alerta pero no se le había ordenado intervenir.
Decepcionados por sus enemigos, los revoltosos empezaron a atacarse entre ellos, y la noche terminó en una serie de reyertas de borrachos y ataques aburridos a locales ya saqueados. Di la espalda a todo eso y eché a andar por las calles laterales más tranquilas. Estaba perdido y eso era lo que quería. Detestaba los disturbios y la violencia racista, pero sabía que la muchedumbre estaba desilusionada porque la noche no había estallado y envuelto en llamas los pueblos de la autopista. Yo suponía que la bomba colocada en mi Jensen había sido un intento de encender una mecha. Pero en la mente de los aburridos consumidores que componían la población de Brooklands faltaba un elemento vital. Aislados en su paraíso de venta al por menor, carecían de valor para ocasionar su propia destrucción. La gente reunida delante del ayuntamiento había querido que David Cruise la condujera, pero el locutor de televisión no estaba lo bastante seguro de sí mismo. Los disturbios habían acabado con la frustrada multitud mirándose con odio en el espejo y rompiéndose la ensangrentada frente contra el cristal.
Ahora sabía que a todos nos había manipulado una pequeña pandilla de titiriteros. Un grupo de destacados ciudadanos del barrio, que se sentían amenazados por el Metro-Centre, habían montado un inexperto golpe de Estado, un intento de retrasar el reloj y recuperar su vieja comarca de una peste de comerciantes al por menor. Geoffrey Fairfax, el doctor Maxted, William Sangster, entre otros, quizá con la complicidad del comisario Leighton y policías de alto rango, habían aprovechado la oportunidad del atentado a tiros en el Metro-Centre que había llevado a la muerte de mi padre. Sólo un ataque directo al enorme centro comercial despertaría a una población muy sedada. Ningún destrozo en la iglesia o en la biblioteca, ningún saqueo de la escuela o del museo pondría con tanta fuerza el dedo en la llaga. Un levantamiento violento, la pólvora de un conflicto en la residencial Surrey, obligaría a reaccionar a la corporación de gobierno del condado y al Ministerio del Interior. Las zonas de hipermercados cerrarían, los zorros volverían a sus guaridas y las partidas de caza galoparían de nuevo por las abandonadas carreteras de doble calzada y los patios de olvidadas gasolineras.
Mientras tanto, mi martirizado Jensen iba rumbo al laboratorio forense de la policía y yo me podría ver procesado por instigar a una revolución fracasada. "



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