Pobre la Chon (fragmento)Santiago Argüello
Pobre la Chon (fragmento)

"No sé por qué voy a contaros esto, sin que tenga nada de particular. Lo corriente, lo de todos los días, lo que a cada rato os pasa por los ojos, sin que paréis mientes en ello. Pero tengo ganas de contarlo. Hace días que tengo muchas ganas. Casi una obsesión. Es un recorte del libro de mis recuerdos; y al silabearlo mi alma, siente que dentro del castillo se despierta y vuela una bandada de dormidas palomas. Tal vez sea por eso.
En el viejo hospital de San Juan de Dios, sentados en las gradas del atrio, algunos estudiantes de medicina charlaban y reían. Se habían levantado al filo del alba,
y esperaban al maestro, al cirujano que debía dirigir la autopsia. Estaban contentos. Hablaban todos a un tiempo, del baile próximo, de mujeres, de los cursos ganados, entre bromas y risas, en un revoloteo de frases desbordantes.
—¡Chist!... ¡Chist!...
—¿Quieres que te acompañe, madrecita?...
Una chica que pasaba. Risas, risas, risas...
Y chistes y más chistes, y a propósito confidenciales; y de vez en cuando el zumbido de avispa de una
frase lasciva.
Yo estudiaba derecho. ¡Pero aquellos carniceros en cierne, amigos míos todos, me instaron tantas veces!... Y, como su víctima era mi conocida de muchos años, y la curiosidad espoleaba tesonera los ijares de mi adolescencia, opté por ser testigo de una escena tan triste, tan triste y tan intensa que, en muchas noches de vigilia, sentí pegada a mi retina la fantástica visión de las carnes laceradas, girando en una ronda macabra sobre un rictus de suprema amargura.
En el centro de aquel salón desaliñado y pobre, un cuerpo de mujer extendido. Los brazos desnudos, con las protuberancias ceñidas por el pergamino de la piel, iban a enlazar sobre el tórax los dedos descarnados y secos.
Cuando el grupo de estudiantes venía por los claustros, llenando el aire con la sonoridad de sus risas, en el salón de la muerta se congelaba el silencio. Sólo
una hermana de la caridad, sentada a la vera del cuerpo, se ponía de vez en cuando a deslizar un rezo entre sus labios, siseando muy quedo, mientras le hacía coro el monótono vuelo de un insecto. Entre los dedos finos y blancos de la religiosa iban, lentas, pasando las cuentas del rosario; y bajo la corneta, cuyas alas movidas por el viento le deslizaban sombras en el rostro, los ojos de la hermana dulces y azules, fijos en el cadáver interrogaban. "



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