Una sala llena de corazones rotos (fragmento)Anne Tyler
Una sala llena de corazones rotos (fragmento)

"Era costumbre que los hombres recogieran y fregaran después de las comidas familiares. Micah era el encargado de cargar el lavavajillas, porque tenía un sistema propio. Phil rascó la parrilla, y Dave y Grant acabaron de llevar las últimas cosas del comedor a la cocina. Kegger se limitó a merodear por ahí sin dar un palo al agua. En teoría, los hijos y los yernos también tenían que colaborar, pero eso ocasionaba semejante atasco que no tardaron en retirarse al patio de atrás, donde habían empezado a jugar al béisbol con una pelota hueca.
Sin embargo, cuando los hombres dieron por concluida la labor, a ojos de Micah la cocina estaba muy lejos de poder considerarse en un estado satisfactorio. Aún quedaban piezas de Lego y rotuladores fosforescentes y libretas en la encimera, y, por alguna razón, la puerta del horno se resistía a cerrarse.
Bueno, de acuerdo: intentaría aceptar las cosas tal como eran.
En la sala de estar se encontró con las mujeres repantigadas con aire exhausto. Se entretenían observando a un grupito de niños pequeños que montaban una pista de carreras encima de la alfombra. Una de las nueras se había dormido en el sillón reclinable, pero la niña que tenía en el regazo estaba muy despierta e hincaba los dientes en un mordedor de goma que tenía agarrado con ambas manos. Micah intentó llamar su atención moviendo los dedos. La bebé lo miró seria y continuó mordiendo.
—Siéntate —le dijo Ada—. Liz, apártate un poco y hazle sitio.
—Tranquila, creo que es hora de irme —dijo Micah.
—¿A qué viene tanta prisa? Todavía es pronto. ¿Quién te espera en casa?
—¡Ay, pobre! —exclamó Liz, y, como un resorte, las demás mujeres se irguieron, en posición de alerta—. ¿Quién te espera en casa? Nadie... ¡Un piso vacío! ¡Me parece fatal que Cass haya roto contigo!
—Bueno, qué le vamos a hacer —dijo Micah.
—¿No puedes intentar que entre en razón? —preguntó Suze—. ¿Pedirle que se lo replantee? Seguro que hay algo que puede hacerla cambiar de opinión.
—Sí, sí, ya lo pensaré... —dijo Micah para zanjar la conversación—. En fin, gracias, Ada. La comida estaba riquísima. Dile a Lily que me ha encantado conocerla. Y Liz, dile a Kegger que me dé un toque cuando esté listo para ir a ver ordenadores. —Mientras hablaba se dirigió al vestíbulo, con cuidado de no pisar las piezas de la pista de carreras de los pequeños.
—¿Ayudaría en algo que yo llamara a Cass? —preguntó Suze a su espalda.
—¡No querrás acabar como un solterón amargado! —exclamó Norma.
Cuando salió por la puerta principal, se encontró con un atardecer fresco y que olía a humo, en el que solo se oían sonidos distantes. Irguió la espalda e inhaló una larga y honda bocanada de aire.
Quería mucho a su familia, pero a veces lo sacaban de quicio.
En el coche, de camino a casa, oyó el ¡ding! de un mensaje de texto entrante. Aun así, no miró el móvil mientras conducía, por supuesto. Continuó rumbo al este unas cuantas manzanas más, giró a la izquierda... Y luego fue frenando gradualmente hasta que el coche llegó casi a punto muerto.
No podía tratarse de un miembro de la familia. Y a esas horas, tampoco de un cliente.
En cuanto vio un hueco libre, se apartó de la calzada y aparcó junto a la acera. Cuando por fin hubo estacionado, sacó el teléfono del bolsillo. («Bien hecho», comentó el dios del tráfico.) Se subió las gafas hasta la frente para ver mejor la pantalla, pero solo era un mensaje de la compañía de teléfono, para confirmar que había recibido el pago mensual. "



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