Frontera (fragmento)Darío Fernández Flórez
Frontera (fragmento)

"Todos somos una basura —sigue la mujer, continuando su pensamiento mientras se quita las recompuestas medias con todo género de precauciones—. Todos tenemos siempre algo de razón en esta lucha que nos traemos los unos contra los otros. Pero pretendemos extender esta razón a la sinrazón con todo género de hábiles mañas, y, ¡voilà!, entonces se arma el lío.
Albert abre un ojo y parpadea un momento. «Quelle grace! nos ha salido filósofa la tía», piensa, sin saber ya ni lo que piensa. Pero la imagen de aquella mujer gorda, en sostén y pantalones negros, que se quita las medias anillando el feo vientre en tres pliegues de grasa, de grasa pálida, sedentaria y enferma, va a lastrar en una honda náusea el sueño de sus próximas horas.
Ella tal vez lo sepa, acaso se lo figure. Pero la verdad es que, en este momento, se halla muy lejos de aquí, en la vieja Nevers, cuando ella era Michèle, y Georges, Georges; cuando todo eran ilusiones y primaveras, cuando la vida se le aparecía como algo maravilloso, muy fácil de conquistar poniendo un poco de buena voluntad y algo de maña en ello. Pero Georges ya no es Georges, sino un número, un horrible número, allá, en la lejana Guyena, y a ella la llaman ahora la Fernande.
Michèle no sabe bien qué es lo que ha ocurrido hasta llegar a todo esto. Tiene, tan sólo, la confusa impresión de que los días de la vida se tuercen muy fácilmente, al menor descuido, y, a veces, sin que pueda saberse por qué. Si ella tuviera una hija le diría que hay que vigilar, que vigilarse siempre, no concederse ni un momento de debilidad, de ensueño, y, sobre todo, no esperar nada, nada que no pueda uno lograr por sí mismo. Pero Michèle, conocida ahora en el barrio chino tolosano por la Fernande, no ha tenido ninguna hija, porque todo se quedó en abortos, como su vida entera, que no es otra cosa que el triste aborto de una vida.
Esto de que los días se tuerzan así, tan fácilmente, la obsesiona un poco y su cabeza tenaz de nivernesa da vueltas y vueltas a las cosas, como un lento y sosegado rumiante que trabajara la bola de su pienso. Hay algo que no va, que no marcha, y esto no debiera ser así. Porque casi siempre se siente uno bueno y no malo y, sin embargo, esa bondad se encoge, se retuerce, es castigada desde fuera y desde dentro de uno mismo, por unos enemigos misteriosos y oscuros que acaban hundiéndola en el mal.
Michèle recuerda que un cura de Nevers dijo un día, desde el púlpito de aquella catedral de Saint-Cyr, tan próxima al bello Loira, que todo se frustraba por culpa del pecado original, pero desde hace algún tiempo, ella, la verdad, tiene una idea extraña. Cree Michèle, o acaso más bien la triste, borracha, cocainómana y prostituida Fernande, que lo que ocurre es que el infierno está ya aquí, que es esto, esto de no lograr entenderse jamás los unos con los otros, esto de retorcerse siempre como ciegas víboras para escupir un veneno inagotable, un veneno luciferino, infernal.
Ella, Michèle, se ha sentido siempre, toda su vida, al borde de la bondad, que le parece que es lo suyo, lo que le nace de su torpe corazón. Y, sin embargo, Michèle es ahora la Fernande del Tango-Bar, sin comerlo ni beberlo, por ser quizá una mujer débil, bondadosa. Por eso no se le sale de la cabeza esta idea de que no precisa morir para sufrir el castigo de sus errores, sino que está padeciéndolo ya, todos los días y desde hace mucho tiempo, quizá porque haya sido un pecado, el más terrible de los pecados, tener ilusiones, esperar algo de este mundo jorobado, en el que todos vivimos llevando en nuestro pecho una triste bondad, maltrecha y asfixiada por la inagotable maldad de nuestras malas acciones, de nuestros malos pensamientos, de nuestro afán de poder.
Michèle sabe que ella es buena, que Georges es bueno, que Maurice es bueno, que el mismo Auguste es bueno, que este mozo que duerme ya aquí a su lado en un triste lecho es bueno. Pero sabe también que esa bondad no sirve, no es activa, y que todos, todos, están poseídos por el mal. Ella quisiera hacer algo para evitar todo esto, para no ser así, para que los otros no sean así. Pero ella es Michèle, la Fernande del Tango-Bar, y no sabe nada, no sirve para nada. "



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