Nena querida (fragmento)William Saroyan
Nena querida (fragmento)

"El viernes pasado, en el valle de San Joaquín, Yep y yo nos levantamos a las cuatro de la mañana y nos fuimos a Riverdale para ver cómo andaba la cebada. Cada dos o tres millas nos deteníamos en la carretera para disparar a los conejos. Mi escopeta era un Winchestter 22 con repetición, que me había prestado Ara, el primo de Yep. Apunté a un pajarito que estaba encaramado en un hilo del telégrafo, y acerté. En menos de un momento acabé también con la vida de tres de aquellos roedores larguiruchos. Uno cayó hecho una bola mientras corría. A mi parecer, el gusto de matar importa menos que el deseo de atinar. Como es natural, pedí perdón a cada una de mis víctimas, pobres conejitos del desierto. Uno de ellos, todo despanzurrado, me dio mucha pena y me hizo avergonzar de mí mismo; le debí haber tirado a la cabeza. Pero estaba demasiado lejos.
Intenté varias veces acercarme lo bastante a unas cornejas que había entre unos matorrales; pero fueron más listas, y emprendieron tranquilamente el vuelo antes de que llegara. (Te conozco bien).
Unas cuantas millas al norte de Hurón, a las ocho de la mañana, preguntamos a un chico que vimos en una máquina trilladora si podía indicarnos el camino hacia la parte de Tuck. Estaba masticando tabaco y tartamudeaba. Era nuevo en la región. Había bajado de las montañas de Tehachapi para conducir el tractor que tiraba de la trilladora. Algo no funcionaba bien en la máquina y partía la cebada. Y estaba manipulando en ella mientras un compañero iba camino de Fresno en busca de una pieza nueva. Nos dijo que no le gustaba el llano, que prefería la montaña. Le pregunté de dónde era, y dijo que de Texas. Había estado trabajando como vaquero en Méjico. Se llamaba Will Young, y tenía veinte años.
Maté dos mirlos que divisé en las ramas de unos árboles, por encima de un arroyo rebosante, y el agua se llevó sus cuerpos.
Luego perseguí a unas aves acuáticas de alguna especie que no acerté a reconocer. Había cinco, blancas y muy bonitas vistas de lejos. Cuando ya estaba cerca, pensé que haría mal disparando y matando alguna de ellas; pero, al mismo tiempo, estaba deseando intentarlo. A irnos trescientos cincuenta metros alzaron el vuelo y desaparecieron sin prisa. Quizá fuesen más de trescientos cincuenta metros. De todos modos, estábamos demasiado distantes para asegurar la puntería. "



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