Las horas (fragmento)Jorge Cela Trulock
Las horas (fragmento)

"Se dice pronto eso de que son las doce y cuarto, es un segundo. Dicen las doce y cuarto y se quedan tan frescos. De las doce y cuarto a la una y media se pueden hacer muchas cosas. A la una y media es la hora en que Julián tiene pensado empezar a buscar un lugar modesto para comer, uno de esos restaurantes económicos, en los que se puede comer un regular cocido, los garbanzos, las verduras, las patatas, el chorizo, el tocino, la carne, por dos y pico, según el lugar, los tantos por ciento, etcétera. Todavía hay que esperar un rato largo para que llegue la hora de arrancar. Con un pitillo bien estirado, hasta se puede matar una buena media hora. Mientras que se lía, si se hace con tranquilidad, diez minutos; luego, que si se enciende, que si no se enciende, que si un perro es un bicho curioso, que si un recuerdo (el recuerdo menos pensado en el momento, el recuerdo que más miedo da recordarlo y que llega a traición, sin sentirse, taimado, como un ladrón; que se nos va metiendo traicioneramente sin decir nada y, de pronto, nos damos cuenta que ya está dentro, ¡ah, incauto de mí!, y no hay quien lo saque porque se agarra como una garrapata para que no le echemos; que se agarra como una ventosa; que, en último caso, somos nosotros mismos los que no queremos que se vaya, porque ya nos ha vencido como una tentación más, como algo propio que, si echáramos fuera, se llevaría al menos un pequeño pedazo de carne con él). Entonces el recuerdo, nada, hasta puede ser una nadería, se refriega, se restriega, se refregotea, por entre las tripas, por entre los pulmones, por alrededor del corazón, por dentro y por fuera del estómago, como una niebla especial, sutilísima, penetrante, pero malnacida, traicionera. Si llega a entrar de verdad, nos puede ir cambiando, nos puede ir haciendo recapacitar en todas esas cosas que saltan que nos trae el mismo recuerdo. Eso que si se quiere explicar, es imposible, apenas decimos tres palabras, casa, árbol, muchacha, y ya está todo dicho, ya no se puede decir más, pero precisamente eso es lo que nos ha traicionado. Nadie lo comprenderá, nadie entenderá nada, pero precisamente ahí está la traición.
De pronto, Julián se da cuenta de que ya ha fumado por la mañana (y hasta dos pitillos) y que ayer fumó sus cinco pitillos; pues verá usted: uno, por la mañana; otro, hacia las once y media, sí porque recuerdo que me preguntaron la hora a mí, a mí precisamente que no tengo reloj, y entonces me entró curiosidad y la pregunté yo; después, como siempre ocurre, la hora da mucho aburrimiento y me lo fumé. El tercero, después de comer, el pitillo más ansioso del día, el pitillo que no se hace rogar, el pitillo que se fuma de un tirón. Una chupada inmensa que llena todos los pulmones, que los deja hastiados hasta la próxima vez, en que ocurrirá lo mismo. Es muy triste pensar que luego se hará lo mismo que ahora; que es igual que pase el tiempo, porque el tiempo no sirve para nada sino para recordar que hace un momento se hizo lo mismo que ahora. Entonces un muchacho piensa en algo, no en algo determinado (en cualquier cosa, que saldrá con una muchacha por la tarde) y se pone muy contento, contentísimo, porque saldrá con la mujer que quiere, precisamente esa tarde; pero, ¿para qué? Al final, esa tarde será como la tarde anterior, pero con una pequeña experiencia amorosa tal vez, sólo tal vez. Y eso no representa nada para quitar el hastío. El asco de vivir simplemente. El asco de vivir en una ciudad hasta donde se pierde la memoria y hasta donde se pierde el porvenir, eso tan problemático que todo el mundo se empeña en tentar. Por el porvenir... Resulta, al final, que es igual que el muchacho dé plantón a la muchacha o que la muchacha dé plantón al muchacho. Todo resulta al final igual. En el mejor de los casos se casan, pero, ¿y qué importa?, ¿qué más da que se casen o que no se casen? ¿A quién le importará? El pitillo siguiente, el cuarto, el de la media tarde; y el quinto, sólo fueron cinco, el de la noche. Entonces resulta que ayer fumó cinco pitillos y que hoy le apetece fumar también. Pues si apetece fumar, a fumar se ha dicho. A fumar sin descanso, uno detrás de otro. Es una gran esperanza; donde no puede, no debe haber esperanza. Hoy es martes, y hace tantos años, meses, días, minutos, segundos, que en algún lado nació un niño o una niña. Ya ni sabe lo que es uno. Si no se sirve para nada, es igual ser una cosa que otra. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com