Sin respiro (fragmento)William Boyd
Sin respiro (fragmento)

"Al llegar a Manhattan, el taxi dejó a Romer en el Rockefeller Center, donde la Coordinadora Británica de Seguridad (BSC) —el anodino nombre por el que se la conocía— ocupaba dos plantas enteras. Eva había estado allí en una ocasión y se había quedado sorprendida por la cantidad de personal: filas de despachos a ambos lados de los pasillos, secretarias, empleados corriendo de aquí para allá, máquinas de escribir, teléfonos, teletipos; cientos y cientos de personas, como una empresa de verdad, una auténtica sociedad anónima del espionaje con su sede en Nueva York. A menudo se preguntaba cómo se sentiría el gobierno británico si cientos de empleados de la Inteligencia estadounidense ocuparan, por ejemplo, varios pisos de un edificio en Oxford Street; por algún motivo creía que el nivel de tolerancia podría ser diferente, pero a los norteamericanos no había parecido importarles, no habían puesto ningún reparo y, por consiguiente, la Coordinadora Británica de Seguridad no paraba de crecer. Sin embargo, Romer, siempre a su aire, trataba de mantener a su equipo disperso o a cierta distancia del Center. Sylvia trabajaba allí, pero Blytheswood estaba en la emisora de radio WLUR; Angus Woolf (ex Reuters) estaba ahora en la Agencia de Noticias de Ultramar (ONA), y Eva y Morris Devereux dirigían el equipo de traductores de Transoceanic Press, la pequeña agencia de noticias norteamericana —casi una réplica de la Agence Nadal— especializada en comunicados de noticias hispanas y sudamericanas, una agencia que la BSC había adquirido discretamente (a través de intermediarios norteamericanos) para Romer a finales de 1940. Romer había viajado a Nueva York en agosto de aquel año para montarlo todo; Eva y el equipo lo siguieron un mes después: primero a Toronto, en Canadá, antes de establecerse en Nueva York.
Incapaz de incorporarse al tráfico debido a un autobús que pasaba, su taxi se caló. Mientras el conductor volvía a arrancar el motor Eva se giró para mirar por el parabrisas trasero, observando cómo Romer caminaba a grandes zancadas por la explanada hasta la entrada principal del Center. De repente, al observar su enérgico avance mientras esquivaba a los compradores y a los turistas, sintió un ataque de ternura. Así es Romer para el resto del mundo, pensó, de un modo un poco absurdo: un hombre atareado, apresurado, de traje, con un maletín, que entra en un rascacielos. Percibió su privilegiada intimidad, la secreta familiaridad con su peculiar amante, y por un instante se deleitó con ello. Lucas Romer, ¿quién lo habría pensado?
Angus Woolf había acordado reunirse con ella en un restaurante en Lexington Avenue con la 63. Llegó pronto y pidió un martini seco. En la puerta se produjo la pequeña conmoción habitual cuando apareció Angus: apartaron las sillas, los camareros lo rodearon indecisos, mientras Angus franqueaba la puerta con su cuerpo contrahecho y sus bastones extendidos y se dirigía decidido a la mesa donde Eva esperaba. Se dejó caer en su asiento balanceándose sin parar de gruñir y resoplar —rechazando todas las ofertas de ayuda del personal— y colgó con cuidado sus bastones en el respaldo de una silla contigua. "



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