El viaje de las palabras (fragmento)Clara Usón
El viaje de las palabras (fragmento)

"La noche anterior Evgenia había dormido en el cuarto de su hija porque había cedido el suyo a la condesa Mamuna (su protégée y aspirante a nuera). Masha prefirió pasar la noche con Lika y Aleksandra Liosova a compartir la cama con su madre. A Dios no le sucede que cuando dispone un encuentro secreto entre dos amantes, el enamorado, en vez de con su amada, se encuentra con su madre, porque Dios todo lo ve y todo lo puede, y si ella hubiera sido Dios y no una mera intrigante, le habría prohibido a Evgenia prestar su cama a Clara Mamuna y hubiera obligado a Masha a pasar la noche en su cuarto, a la espera de unos pasos furtivos, una voz cariñosa, unos besos ardientes... «¡La bruja, qué horror!», había exclamado el pobre Smagin cuando se percató de que no estaba besando a Masha, sino a su madre. Y, en verdad, Evgenia, de noche, sin los dientes postizos, con su cara huesuda y el largo pelo blanco despeinado, parecía una bruja. Sólo le faltó a Lucía, para aumentar su miseria, que Masha le confesara —como hizo al abandonar el comedor con ella, tomándola de la muñeca con fuerza—: «No sé qué me pasa, Lucía Rodolfovna, pero estoy triste, desasosegada. La duda no me ha dejado dormir esta noche, no estoy segura de no haberme equivocado al rechazar a Aleksandr; ahora que él no está, lo echo de menos y pienso que tal vez nunca encuentre a otra persona que me quiera tanto».
Si Lucía no se hubiera entrometido con su nota apócrifa, la noche anterior Aleksandr no habría acudido a la falsa cita en la alcoba de Masha, y no se habría topado con su madre, por lo que esa mañana no se hubiera ido sin despedirse, pues no se sentiría engañado y burlado por Masha, como sin duda debía de sentirse. Y si Lucía hubiera dejado que las cosas siguieran su curso, Smagin seguiría allí, en Mélijovo, y ahora estaría paseando por el jardín su rostro melancólico y la arrepentida Masha tendría ocasión de enmendar su decisión: pálida y emocionada se acercaría a su enamorado entre cantos de pájaros y arrullos de palomas y, descansando una mano temblorosa en su hombro, le diría: «Aleksandr, he de decirte algo», y patatín, patatán, ese amor hubiera tenido un final feliz, pero, por su culpa, no había sido así. ¡Qué manera de enredarlo todo!...
«En adelante no me voy a molestar en hacer feliz a nadie —se prometió—, espero haber aprendido de esta lección; no se puede luchar contra lo escrito, no se pueden modificar las biografías», pero entonces recordó que nunca aprendemos de nuestros errores; nos equivocamos una y otra vez, nos juramos no volver a hacerlo, pero volvemos a caer y, ¡qué se le va a hacer!, hay que seguir viviendo. Y pensó que Antón Chéjov estaba enamorado de ella y le pareció muy bien seguir viviendo. "



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