Historia de una novela (fragmento)Thomas Wolfe
Historia de una novela (fragmento)

"Y pese a todo, aún me encontraba muy lejos de la culminación efectiva de un libro. Cuán lejos estaba todavía no era capaz de preverlo. Tendrían que pasar otros cuatro años para que el primero de la serie de libros en la que estaba trabajando quedara listo para salir a imprenta, y si entonces hubiera sabido que durante esos cuatro años se acumularían en mí cien vidas, con cien nacimientos y cien muertes, llenos de angustia, derrotas y triunfos, si entonces hubiera intuido la brutal extenuación, la fatiga, francamente no sé si habría encontrado las fuerzas para continuar. Me sostuve gracias al exuberante optimismo de la juventud. Mi temperamento, que suele ser pesimista en muchos sentidos, siempre ha rebosado un curioso optimismo en lo que respecta al tiempo y, aunque hubiera transcurrido más de un año y todavía no hubiera escrito más que largos cantos sobre el sueño y la muerte, preparado incontables notas y trazado aquí y allá los tenues contornos de un primer patrón formal, yo estaba convencido de que hacia la primavera o el otoño del siguiente año mi libro milagrosamente estaría terminado.
En la medida en que me es posible describirlo con algo de precisión, el avance de mi trabajo durante aquel invierno en Inglaterra no se produjo con arreglo al plan diseñado, sino de la manera que antes mencioné: escribiendo algunas de las partes que yo sabía que debían integrar el libro. Entretanto, lo que de veras estaba ocurriendo en mi conciencia creativa durante todo ese tiempo, aunque yo entonces no pudiera darme cuenta, era lo siguiente: lo que en realidad estaba haciendo, lo que había estado haciendo en todo ese tiempo desde mi descubrimiento de Estados Unidos en París el verano anterior era explorar día a día, mes a mes, con una ciega intensidad, todo el dominio material de mis recursos como hombre y como escritor. Según mis estimaciones más prudentes, esta exploración tuvo lugar en un lapso de dos años y medio. De hecho, todavía continúa, si bien no con la misma concentración absorbente, pues el trabajo al que me condujo, el trabajo que después de un infinito gasto de energía me ayudó a precisar maravillosamente, ese trabajo había alcanzado tal estado de definición que la tarea inmediata de culminar la obra era la única que entonces ocupaba el interés y la fuerza de mi vida.
En cierto modo, durante aquel periodo de mi existencia creo que fui como el viejo marinero, que, desfigurado por una dolorosa agonía y a fin de liberarse de ésta, comienza a contarle su relato al invitado a la boda.1 De acuerdo con mi propia experiencia, los mejores invitados a la boda fueron los grandes libros de contabilidad en los que escribía, y me temo que, de haber caído en manos de un lector, acaso le habrían parecido unos relatos totalmente incoherentes, tan carentes de sentido como si los hubiera escrito en caracteres chinos. En ningún caso espero ofrecer aquí una idea exhaustiva de la magnitud de esta labor en la que invertí tres años de trabajo y alrededor de un millón y medio de palabras. Incluía de todo, hasta listas gigantescas y vertiginosas de los pueblos, ciudades, condados, estados y países que había visitado, pasando por descripciones minuciosas, desesperadas y evocadoras de las carrocerías, los muelles, ruedas, bridas, ejes, colores, pesos y demás características de los vagones de tren estadounidenses. Había listas de los cuartos y casas donde viví o donde dormí al menos una noche, además de las descripciones más puntillosas y nostálgicas de esos espacios: su tamaño, su forma, el color y el diseño de los papeles de pared, el modo en que colgaba una toalla, el chirriar de una silla, las manchas de humedad en el techo. Había incontables tablas, catálogos, descripciones que aquí sólo puedo clasificar bajo el encabezado general de cantidades y números. ¿Cuál era la suma total de las poblaciones de Europa y América? ¿En cuántos de esos países había vivido una experiencia personal significativa? En el lapso entre mis veintidós y mis treinta y nueve años de vida, ¿a cuánta gente había conocido? ¿Con cuántas personas me había cruzado en la calle? ¿A cuántas había visto en trenes o en el metro o en teatros o en estadios de béisbol? ¿Con cuántas de esas personas había tenido algún tipo de vivencia fundamental e iluminadora, ya fuera de gozo, de dolor, de ira, de piedad, de amor o simple compañerismo, por breve que fuera? "



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