La isla secreta (fragmento) "Gracias a la inestimable colaboración del mal tiempo —una constante en Islandia por culpa de los alocados vientos del norte, que no paran de revolverlo todo—, permanecí encerrado bastantes días en casa. Me pasaba horas y horas ante el ordenador, trabajando como un poseso, inmerso en mi maravilloso mundo made in Ikea. Allí, por fin, había encontrado el aislamiento que buscaba, lejos de la rutina y de las constantes interferencias de Barcelona; allí, por fin, se daban las condiciones ideales para afrontar el tramo final de mi novela. El aislamiento, todo hay que decirlo, no consistía en un vulgar encierro de fin de semana, sino un doble aislamiento a toda prueba, como el que proporcionan esas ventanas con cristales blindados: estaba en una isla perdida en el mapa, rodeado de agua y de nubes, y apenas si salía de casa y, casi, casi, de mí mismo. Ni que decir tiene que estaba encantado de la vida, ya que aquello era exactamente lo que venía buscando, pero en los momentos de lucidez me daba cuenta de que me encontraba sumido en un complicado asunto que podríamos calificar de colisión de mundos distintos. La cuestión era la siguiente: la novela que estaba escribiendo trataba nada más y nada menos que del embrujo de Zanzíbar —una isla cálida, africana, con playas de arena fina, aguas color turquesa y bosques de palmeras que me había subyugado en un viaje anterior— y cuando echaba una ojeada por la ventana me encontraba con un paisaje nórdico y con un clima invernal que no tenían nada que ver con los encantos tropicales. " epdlp.com |