La cuarta vigilia (fragmento)Johan Falkberget
La cuarta vigilia (fragmento)

"El grupo de invitados al enlace nupcial se está deshaciendo irremediablemente y todos estaban ya dispuestos a marcharse. Sólo permanecían unos pocos jóvenes, todavía excitados por la velada nocturna. Las manecillas del reloj dieron las cuatro y Gunhild todavía estaba bailando.
Ol-Kalenesa estaba sentado en una tumba a ras de suelo, en la parte inferior del cementerio, donde estaban depositados los restos mortuorios del clero.
El sol brillaba sobre las montañas, al este, por un trecho entre las grandes nubes azules. A juzgar por la actitud de las urracas y los zorzales, el día incipiente sería de nuevo cálido y soleado.
Las calles lucían desiertas, con las casas alineadas y las puertas aún cerradas. Un vigilante con un abrigo de piel de reno bastante gastado estaba sentado en unos escalones justo al final de la calle, adormilado y tiritando, con su espalda bien apoyada en una puerta colindante. Justo en ese momento se apagaron todos los hornos de fundición al aire libre, la gente del pueblo permanecía en sus granjas de montaña y no había realmente nada que vigilar, por lo que no era posible encontrar ladrones y atracadores en unas cuantas millas a la redonda.
Ol-Kanelesa estaba bastante sobrio ahora. Francamente, había estado terriblemente borracho durante la noche. Y, borracho y deprimido, había dado su paseo habitual por el lago con el violín bien sujeto bajo el brazo. Allí se había sentado durante mucho tiempo sobre una piedra, al abrigo de las colinas, aguardando a que pasara la terrible resaca. No volvería al lugar de descanso de los difuntos hasta que se sintiera bastante sobrio.
Su violín yacía escondido en la crepitante y rígida hierba al lado de la tumba. El propio Ol-Kanelesa se sentó con la cara entre las manos, pensando; no tanto ahora en ella, que yacía aquí en la tumba, sino en Gunhild.
Durante la noche, Gunhild había bailado todo el tiempo, danzando como sólo puede hacerlo quien se siente realmente víctima de la infelicidad de este mundo perverso. A las dos de la madrugada, Ol-Kanelesa había afinado todas las cuerdas de su violín tan alto que se quebraron indefectiblemente. ¡Esa danza tenía que concluir! ¿Pero realmente terminaría algún día? Otro violín roto fue arrojado a la diestra del zaherido violinista. "



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