En otro país (fragmento)David Constantine
En otro país (fragmento)

"Max estaba trabajando. Dibujaba huesos con un lápiz muy fino. Era capaz de dedicar una noche entera a un par de vértebras de oveja, o a la mecánica de su pierna y su articulación. A la calavera, a los sinuosos ringorrangos donde encajaban los segmentos, al alojamiento de los globos oculares, los dientes y la espina dorsal, a las cámaras, pasajes, apartamentos, la vivienda entera, podía dedicar con facilidad un mes de noches silenciosas. Aprendía la forma y el encaje precisos de estos componentes, pero también su textura exterior e interior, sanos y con los agujeritos y el delicado nido de abeja y las filigranas de la descomposición, limpios como una patena o manchados de turba, helechos, malas hierbas. Casi todas sus salidas de la casa eran para buscar huesos o cosas así. En la playa recogía zarpas y caparazones resecos y las carcasas irregulares y puntiagudas de los erizos de mar. Más inquieto en verano, a las tres o cuatro de la madrugada, bajo la rara luz poblada de aves gritonas e insomnes, salía por ahí a hurgar, cruzaba el camino estrecho y pálido y se internaba en el páramo sin senderos de piedra malva, turba negra, toda la gama de verdes cenagosos y aguas blancas y torrentosas. Allá arriba encontraba cornamentas, algunas todavía sangrando por la base donde se habían separado de la cabeza viva, otras abandonadas hacía años, encogidas por la corrosión. Encontraba guijarros de cuarzo, como globos oculares fosilizados, y líquenes, que son la forma más seca y menos amplia de vida. Allá arriba las raíces de los antiguos pinos de Caledonia relucían en las aguas doradas de los tremedales como estrellas de mar gigantescas. Esas eran las maderas que le gustaban: duras y pálidas como huesos. En especial, había un río que, pese a su nombre gaélico, él llamaba río Hueso. Corriente arriba había quedado encajado un cuerpo muerto y, a lo largo de los meses, el agua, asistida por unos cuantos cuervos, se había llevado todo el peso y el olor y la carnal sustancialidad, y así desarticulado, el animal viajó río abajo y Max lo reunió por piezas para su trabajo.
Una vez encontró el cráneo de un caballo, regresó con él debajo del brazo, entró en la casa dormida, cruzó la sala y subió a su lugar de trabajo, y ahí mismo, hasta que las niñas se despertaron y tuvo que irse a la cama, se dedicó a dibujar su hallazgo, tan largo, grande, intrincado y fascinante como lo eran los animales enteros.
En invierno apenas salía de excursión, se quedaba en su cuarto de arriba y la luna muerta pero brillante lo alumbraba a través de la claraboya.
Trabajaba sentado en un taburete alto frente a una mesa de dibujo inclinada, y con abrazaderas sujetaba los huesos en el ángulo deseado, los iluminaba a su antojo y los trasladaba al papel con tanta exactitud como su ojo y su mano y la fina punta del lápiz le permitían. Y una vez reproducidos con exactitud en infinidad de hojas blancas, componía los cuadros que eran su especialidad a partir de ellas, en colores que apenas eran colores, utilizando pinceles a veces tan finos como el extremo de un nervio. Tomaba los huesos, observados con precisión, como su base y su material real, y de ellos sacaba abstracciones frías y hermosas. "



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