Sed (fragmento)Marie-Claire Blais
Sed (fragmento)

"Melanie tenía más de treinta años, era madre de tres hijos, había cursado la carrera de ciencias políticas, pero qué importaban todos esos títulos cuando Madre, de repente, había conocido la vergüenza de su dimisión, como el hálito de una lejana descomposición contaminando las alegrías de su vida, siempre al límite de su conciencia, el vago recuerdo de los primos de Polonia la había entristecido, a ellos también les habría gustado ir a estudiar a Francia en lugar de ir a parar a un establecimiento de enseñanza superior, pero la imponderable locura de los hombres los había conducido junto a los pantanos de la Dachauer Moos donde habían sido deportados a campos construidos para ellos, y luego exterminados, quién era Madre frente al misterio de esos dramas, la inmensidad de esas tragedias, acaso no había pensado, mientras caminaba por el alto espigón con Samuel y Augustino, por encima del tumulto de las olas, que ella no era más que una mota de polvo sobre la que pronto soplarían los vientos eternos, pero todo estaba bien así, esa mota de polvo, esa vida habían sido reguladas por una potencia invisible, porque todo estaba bien así, sin duda, poco a poco, esa mota de polvo, esa vida sucumbirían a un declive progresivo, tal era la voluntad de esa potencia que regulaba todos los movimientos de los hombres, Madre, eso creía, carecía de respuestas frente al misterio de su vida y la de sus hijos y nietos, como esas caras de bellos indígenas que, en los lienzos de Gauguin, se vuelven hacia el cielo rosa de su paraíso diciéndose, adónde vamos, qué será de nosotros, por qué estamos en esta tierra, desde hace mucho tiempo ya, esos rostros durmientes de las islas cálidas, esos cuerpos desnudos que rozaba con sus aromas la brisa tropical, ya no los mecía la sensualidad de nuestro mundo, allí donde estaban, acaso seguirían haciéndose la misma pregunta, quiénes somos, adónde vamos, cada uno de ellos era como Madre, tan solo una mota de polvo sobre la que soplarían los vientos eternos, bogando hacia el horizonte, y cada mañana, cada noche, en el espigón, la garza blanca se elevaba en un vuelo oblicuo desplegando lenta y majestuosamente las alas, desde la plataforma de un malecón, desde una balsa, sobre las olas, Madre sentía entonces la inefable dicha de una vida sin fronteras, ilimitada, quizá fuera porque ahí, ante ella, le bastaba, para sentir esa alegría, con la paz de una armonía reencontrada, recogerse en la soledad y, de repente, ya fuera de día o de noche, sola, al borde del océano, le parecía que los dioses venían a su encuentro para murmurarle al oído esas mentiras, te reconozco, yo sé quién eres, pues yo soy o nosotros somos los autores de tu vida, el pensamiento de esos dioses taciturnos dejaba a Madre absorta en sus ensoñaciones sobre la brevedad de la existencia, la suavidad del aire que la embriagaba con sus fragancias almibaradas como cuando estaba en el jardín de Daniel y Melanie, saboreando el perfume de las naranjas y los limones maduros, y el aroma tenaz de ese árbol que habían plantado para Samuel, ese árbol frutal venido de las otras islas y que tenía el nombre de dama de noche porque sus flores solo se abrían durante la noche. "


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