Gema (fragmento)Milena Busquets
Gema (fragmento)

"Cuando me quedé sola, me puse a buscar fotografías de Gema. Tenía que haber alguna en uno de los álbumes de fotos familiares. Cada año mi madre me daba un sobrecito con dinero para comprar dos copias de la fotografía de la clase: una para mis abuelos y otra para nosotros. Pero no encontré ni una sola foto de mi amiga, tal vez el álbum con las fotografías de su época se había extraviado, o quizá estuviese en una de las cajas de la mudanza que después de siete años todavía no habíamos tenido tiempo de desembalar.
Siempre perdía las cosas que más me importaban, claro, de las otras no me daba ni cuenta porque nunca volvía a buscarlas. Pero me acostumbraba rápidamente a las pérdidas materiales, lo que no está, no está y no hay más que hablar, como no tenía el poder de hacerlo reaparecer por arte de magia era mejor no obsesionarse; y seguían en mi memoria, el lugar más seguro del mundo, no habían desaparecido del todo, estaban.
A pesar de tenerlos guardados en la estantería más alta del armario y de no mirarlos demasiado a menudo, adoraba aquellos álbumes de fotos. Cuando mi madre, para provocar y por coquetería, hablaba de lo que nos dejaría en herencia, muchos años antes de que su muerte fuese ni siquiera remotamente concebible –son inmortales las madres: tener hijos nos hace inmortales, al menos a sus ojos–, yo siempre le decía que lo que más ilusión me haría serían los álbumes de fotos. De niña había pasado muchas horas sumida en aquellos gruesos volúmenes cuidadosamente compuestos por mi abuelo primero y por mi madre después. Certificaban que habíamos sido bastante felices, bastante atractivos. También daban fe de que nos habían querido, de que nuestra infancia había sido tan valiosa para alguien que se había molestado en retratarla. Hacer fotos no era tan sencillo como ahora. Mi abuelo había pasado horas, días enteros, eligiendo las fotografías, poniéndolas en orden cronológico, pegándolas rectas, sin ningún pegote, anotando debajo con buena caligrafía el lugar, la fecha y la identidad de los retratados. Y después él y yo juntos habíamos pasado horas mirándolos –de niña el pasado no me daba miedo como ahora, no había ningún peligro de quedar atrapado en sus arenas movedizas–. Mi abuelo solía contarme la historia de cada foto: «En esta sesión, te portaste tan mal que tuvimos que darte unos caramelos para que te estuvieses quieta.» «Este disfraz de bailarina te lo trajeron los Reyes.» «Aquí llorabas desconsolada porque no te querías ir de Venecia.»
Muchos años después, un día, al llegar a casa, me encontré a mi madre –que ya estaba muy enferma– sentada en el suelo rodeada de recortes y de papeles, enarbolando triunfante las tijeras de la cocina. "



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