Travesía del Manglar (fragmento)Maryse Condé
Travesía del Manglar (fragmento)

"Nada le gustaba más que los días en que, sin decir agua va, el gran viento se elevaba o la lluvia se apresuraba, cálida bendición del cielo.
Al contrario, el territorio indomable de la noche era tenebroso, temible. En él se escondían los espíritus, que no se delataban más que por los reflejos de sus ojotes saltones.
Sonny estaba seguro de ello: por su culpa la vida de sus padres era como era. Emmanuel no le dirigía la palabra a Dodose más que para darle órdenes o hacerle reproches. Quejarse, por ejemplo, de una arruga en su camisa. Reclamar un cepillo para sacarle brillo a sus zapatos mal engrasados. Cuestionar la frescura del huachinango. Mientras que Dodose se entretenía de vez en cuando en el porche con la señora Mondésir o con la señora Ramsaran, Emmanuel no frecuentaba a nadie. A excepción de Agénor Siméus. Todos los sábados, a las cuatro de la tarde en punto, cuando la reja estaba excepcionalmente abierta de par en par, Agénor Siméus subía el sendero bordeado de palmeras enanas y estacionaba su Peugeot 506 al pie de la escalinata. Se bajaba, palmoteaba de paso la mejilla de Sonny como si éste no le sacara ya una cabeza, y le lanzaba un vigoroso: “¿Cómo te va, jovencito?”, antes de sentarse con Emmanuel en la sala. Emmanuel iba por dos vasos y una botella de whisky Glennfiddich, luego prendía el estéreo que había comprado en Manaos, después de una reunión de expertos en bosques, y que nadie tenía derecho a tocar. Enseguida, le ponía un disco compacto con las precauciones de una partera manipulando a un recién nacido. Madame Butterfly se lamentaba unos instantes, luego Agénor Siméus preguntaba:
—¿Ya leíste el último número de Magazine Caraïbe?
Emmanuel vociferaba:
—Muy bien sabes que no leo esas pendejadas.
Entonces, Agénor se acomodaba los lentes, jalaba su bolsa de hojas arrugadas y se daba a la labor de leer alguna Carta Abierta interminable, que tal o cual ciudadano encolerizado le dirigía a tal o cual político encumbrado. Emmanuel escuchaba la lectura en el más profundo silencio, luego concluía:
—Solamente ha habido un político honesto en este país: Rosan Girard.
Agénor saltaba:
—Perdón, pero olvidas a Légitimus.
—¡Honesto, honesto!
La riña verbal empezaba; todos salían heridos, los socialistas, los comunistas, los patriotas, los asimilacionistas.
A las seis y media, la sala se llenaba de sombras y Emmanuel retomaba aliento para gritar:
—¡Dodose, ya no vemos nada!
Mientras ella se atareaba, Agénor Siméus se levantaba y se despedía de todo mundo.
En eso, la criada salía de la cocina y anunciaba:
—Manjé la pawé.
Una mañana, el sol se levantó como los demás días, ni más brillante ni más espumoso. La montaña estaba verde. El cielo, de un azul pasado. Sonny se apoderó de una botella de petróleo, llenó su mochila de trapos y se dirigió hacia la propiedad Alexis, la cual, entre más temida y evitada era en Rivière au Sel, más se convertía en su bien exclusivo, en su cosa. Los espíritus que la habitaban estaban todos de su lado y nunca lo habían perturbado, ni siquiera durante las largas siestas que tomaba ahí en las tardes, enrollado sobre el fresco cuadrado del porche. Tomó su camino, cortando como siempre por un pedazo de sotobosque que las plantas fanerógamas recubrían con una alfombra color carmín, saltando de un pie al otro.
Cuando desembocó en la calle, creyó que sus ojos lo engañaban. La casa, su casa, estaba abierta. "



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