El lunes nos querrán (fragmento)Najat el Hachmi
El lunes nos querrán (fragmento)

"Empecé a mirar todo lo que había a mi alrededor como si estuviera a punto de abandonar ese mundo. Se acercaba el final, le dije a Yamal que ya no podíamos esperar más. Mi padre había dejado claro que nunca en la vida permitiría que su hija se mudara a Barcelona como si fuera una cualquiera, y después de aprobar la selectividad yo ya no tenía excusas para salir de casa. Empezaba otro verano asfixiante que ahora sabía que no podría soportar. Las últimas veces que acompañé a mi madre al ambulatorio la observaba con atención. Sus gestos, su forma de hablar, su calma aparente. Quería memorizarla por si el plan de casarme con Yamal no funcionaba y me veía obligada a irme sin más. Me había acostumbrado a saberme traicionera. Imaginaba su decepción si se descubría todo después de haberle jurado, incluso por Dios, que yo no había transgredido ninguna norma ni me había juntado con el hijo de esa familia de mala reputación.
Mi padre era cada vez más musulmán. No se perdía ni un solo sermón y se compró un reloj horrible que llamaba a la oración cada dos por tres. Llenó el piso de cuadros con suras del Corán y a veces nos obligaba a ver cintas de vídeo en las que los predicadores hablaban en nuestra lengua, para que pudiéramos entender lo que nos esperaba en el infierno si nos salíamos del camino.
A mi padre le llegaron los rumores antes de que Yamal viniera a pedir mi mano. No sé cómo tardaron tanto. Cosas del azar: la bola lanzada del chismorreo no le dio de lleno por alguna casualidad. O porque había muchas personas que le tenían tanto miedo que no se atrevían a hablarle directamente de la «familia», que era como los hombres llamaban a esposas e hijas respetables. Si el nombre de una mujer corría de boca en boca sin pudor alguno era porque se trataba de una perdida o una cualquiera, que quería decir más o menos lo mismo.
El día que llegó gritando a casa lo supe, desde la habitación supe que esta vez era por mí. Primero noté un espasmo en el vientre, como si alguien me hubiera atado de repente los intestinos y los estuviera apretando. Luego el pulso me empezó a latir desbocado hasta sentir un ruido ensordecedor que era el que hacía mi corazón. Y me entraron unas ganas locas de salir corriendo en un sprint, huir, huir antes de que pudiera tocarme. Mi padre a mí me había pegado poco, pero sabía de lo que era capaz por las palizas que había descargado sobre mi madre y mis hermanos a lo largo de los años. Era su forma de educar. Algo que, por otro lado, no sorprendía mucho en el barrio. En tu casa nunca hubo ese tipo de violencia y era un tema que me costaba hablar contigo, pero lo cierto es que los golpes ajenos también los tenía metidos en el cuerpo, me dolía el dolor de los demás, pero también la impotencia de no poder evitarlos. "



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