Memoria del frío (fragmento)Miguel Ángel Martínez del Arco
Memoria del frío (fragmento)

"Y cuando han pasado tantos años y cuando en realidad no hay grandes perspectivas de una mejora de vida, nos aferramos a estas pequeñas cosas, que tan grandes son para nosotros, porque nos ayudan a continuar, nos estimulan a vivir y a desear la vida con más ardor, pensando en el día que podamos resarcirnos plenamente de todos estos años de privaciones totales. No creas, querido mío, que me pesan estos años, nada más lejos de la realidad. Estoy satisfecha de ellos y una vez que lo he pasado sentiría no haberlos vivido, porque me han trasformado, me han hecho una mujer totalmente distinta, creo —y no quisiera equivocarme— que algo mejor, más real, más práctica, pero también con mayores sentimientos. Ahora bien, todas estamos cansadas, y es natural. Los años, la apatía de fuera tienen su repercusión y sin nada para estimularte cuesta mucho mantener una moral quebrantada por innumerables sufrimientos…
¿Te haces una idea de cómo será nuestro encuentro? ¿Recuerdas lo que me dijiste cuando nos despedimos en el camión? «Tú y yo hemos de hacer grandes cosas». No lo olvido y mil veces me he preguntado ¿cuándo? No encuentro la respuesta justa, así que siempre confío que será pronto. Más allá de la exigua realidad. Te abraza tu Manoli.
Atravieso la estancia. Avanzo en medio de las llamas. Protegida la cara con un trapo blanco. Corro por el pasillo hacia la habitación. Con las manos por delante como si fueran un escudo. Entro en el cuarto. Apenas veo. Solo escucho el crepitar de los muebles que se queman. La cama ardiendo. Bajo la cama, las cajas de cartón que atesoran los documentos. Protegidas aún por las sábanas que arden. Por la madera que comienza a prender sobre ellas. Tiro de las dos cajas hasta colocarlas junto a mis pies. Las levanto con dificultad, me doy la vuelta. Regreso por el corredor anegado de humo oscuro hacia la salida. Hacia el fondo. Hacia la luz.
Cierro los ojos. Me dejo guiar por el ruido. Un graznido. Un chillido de pajarraco. Como si fuera un faro. Que me orienta. Avanzo con las dos cajas en las manos. Pensando en no caerme, en que el fuego que me rodea no asalte el cartón. Cuando salgo a la calle pienso que puedo abrir los ojos. Me aquieto en la acera. Deposito con cuidado las cajas en el suelo. Solo entonces miro por fin. Hacia abajo. A los cartones junto a mis pies. Están chamuscados, negros. Ataúdes. Urnas. Arcas salvadas de las llamas. Luego tanteo hacia delante. No veo nada. Solo el vacío. Un espacio hueco. Más allá de la exigua realidad. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com