La Ilustre degeneración (fragmento)Isabel Alvarez de Toledo
La Ilustre degeneración (fragmento)

"Surgió la apuesta, y las carreras suicidas por la autopista, se pusieron de moda. A cambio de unos cuantos billetes, muchachos sin más capital que la vida, la ofrecían al mecenas, que rodeado de aficionados se apostaba en el puente adecuado, para disfrutar de accidente a la carta. Generosamente subvencionado el matador, gratuitas las víctimas, que circulaban creyéndose en seguridad, los hubo muertos pero también detenidos, sin que hubiese policía que arremetiese contra el promotor del espectáculo, teniéndolo a la mano. Visto que no era molestado, ciertos empresarios prestaron atención a una demanda, dispuesta a consumir el acto irrepetible. Integrada por individuos prepotentes, que reunían todos los poderes, los profesionales del espectáculo, sabiéndose amparado por su público, la inventiva. La muerte real subió a escenarios más o menos vistosos y semiclandestinos. Racionales lucharon entre sí, se enfrentaron a irracionales y se dejaron la vida de mil maneras, para solaz de un público excitado, que sumaban la emoción de la apuesta a la contemplación de un juego, con vencedores y vencidos, rivalidad imposible en las representaciones, que tuvieron el sexo por objeto.
Género menor la zoofilia, la necrofilia gozaba de popularidad, al tener ejecución por preludio. Imprevisible la práctica del sadismo, abierto a la improvisación, gozaba de mayor predicamento, presentando el inconveniente de no haber quien se dejase comprar, para asumir el papel de víctima. Comprobado que hasta el suicida prefería morir sin dolor, la cooptación de objetos hubo de ser forzada, cargando el costo los riesgos, asumidos por los proveedores. Al hacer necesario redondear los ingresos, con la venta de filmaciones a través de un mundo, globalizado en la crueldad, se montaron cámaras disimiladas, que en momentos de distracción, se desviaban, captando rostros de consumidores ilustres, sobre fondo adecuado, que venían a nutrir el archivo de la empresa, garantizando la seguridad de los gestores. No tardó en correr, entre los enterados, que grandes de la política, las finanzas y hasta las letras, se reunían en tugurios periféricos, callando la prensa, por no faltar cabezas de la información, entre los aficionados. Enemigos de riesgos los que encarnaban el poder, no faltó quien propuso legalizar al menos los espectáculos, que contaban con actores voluntarios. No se hizo pero se modificó el código, consiguiendo que incluso los promotores de los involuntarios, pudiesen cumplir condena a domicilio, alegando falta de antecedentes. O por sobra de información.
De haber conocido el submundo de la élite, Ernesto Mínguez no lo hubiese entendido. Obrero metalúrgico, con treinta años de pasado laboral, presumía de su condición de comunista, de cuarta generación, inscrito en el partido al nacer, en plena clandestinidad. Activo en la juventud, pasó por la cárcel sin perder el puesto de trabajo, por ser buen especialista, veterano en empresa comprensiva. Convencido de haber desempañado importante papel en la transición, aplaudió un cambió que pateó en su interior, confesando a los íntimos que de no haber intervenido la disciplina, lo hubiese abucheado con fruición. Pasado un tiempo y sin salvavidas a mano, optó por aferrarse al sistema, con fe de estalinista. Cerrándose a la crítica, reemplazó el "viva la república", de su propia tradición, por un "viva el rey", no menos entusiasta por forzado. Y trato de convencerse de que lo conseguido, era la libertad. Cuando se produjo el golpe, le dolió que los jefes, antes de cruzar la frontera, en busca de refugio seguro, dejasen a las bases, por consigna, el consejo de comerse el carnet. Impotentes y muertos de miedo, los militantes capearon el temporal, como Dios les dio a entender. Restablecida la normalidad, los huidos regresaron para encabezar manifestación, a la que Ernesto asistió. Sería la primera vez que el "viva el rey" le salió del alma. No le agradecía la salvación de la democracia, sistema por el que no sentía la menor atracción. Le daba las gracias por haberle permitido conservar el pellejo. "



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