Niebla en el puente de Tolbiac (fragmento)Léo Malet
Niebla en el puente de Tolbiac (fragmento)

"Con la pipa en el pico, fui a la compra. Hacía fresco, pero seguramente hoy no habría niebla. O cuando menos, no por la mañana. Un sol amarillo lamía las acacias descarnadas de la calle Tolbiac. Unos cuantos transeúntes se apresuraban hacia sus quehaceres. Como en todas partes. Y como en todas partes, los coches circulaban. Era un distrito, un barrio como otros, con sus comercios, sus cafés y su vendedora de periódicos, la misma buena mujer de la que existían tantos ejemplares repetidos como del género que vendía, envuelta en chales completamente deshilachados, con la nariz colorada y, asomando por las puntas de los mitones, unos dedos ennegrecidos por la tinta de imprenta. Compré la edición de las cinco de Le Crépuscule, y me fui a leerla al bar de la esquina de la calle Nacional, mientras tomaba un café y un bocadillo. Marc Covet había hecho lo convenido. Según mis instrucciones, había conseguido pergeñar sobre la muerte de Lenantais un artículo bastante largo, que se salía del lote de sucesos habitual. Había escrito incluso más de lo que yo le dije, evocando el caso de falsificación en el que la víctima “de una agresión cometida por personas del Norte de África, un anarquista arrepentido cuyo verdadero nombre era Albert Lenantais”, domiciliado en el pasaje de Hautes-Formes, se había visto envuelto. Seguramente Marc Covet se había documentado y no había hecho las cosas a medias. Ya solo quedaba esperar que sirviera de algo, que alguien leyera el artículo y actuara… Sí, ¿pero quién? ¿Y cómo iba a actuar? Leerlo, lo que se dice leerlo, seguro que muchos lo leerían. E incluso quizá algún lector de Le Crépuscule mandara el artículo a la radio, a la emisión Sucesos, y un autor de la casa, dentro de unos meses, trataría el tema y me daría la solución que andaba buscando. Menos da una piedra. Bastaba con ser paciente. Salí del bar, entré en una panadería y en una lechería, y regresé al pasaje de Hautes-Formes llevando cruasanes y una botella de leche. En el patio, Bélita se afanaba llenando un cubo de basura, de hecho un viejo barril de carburo de metal negro, con las flores marchitas que saqué la noche anterior de la planta baja. Ajustada con prisas, la bata permitía ver, más que adivinar, sus formas. "


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