El hijo de Virgil Timár (fragmento)Mihály Babits
El hijo de Virgil Timár (fragmento)

"Timár tuvo la sensación de que era su obligación regañar un poco al chico porque le contase semejantes intimidades. Era loable que tratara de consolar a su madre evocando recuerdos queridos, pero no debía olvidar que el verdadero consuelo para los enfermos es, al fin y al cabo, el que proporciona el sacramento del Señor. Nadie es tan fuerte como para poder prescindir de él: todos somos pecadores. Ante la reprimenda, Pista volvió a ensombrecerse, tan repentina y sinceramente como el cielo en abril. ¡Y ese era su problema más doloroso! Creía en el infierno y se imaginaba a Dios allí arriba como a un riguroso profesor eclesiástico, que juzgaba según leyes establecidas y reglas de disciplina. Quizá hasta el arrepentimiento es inválido si no está acompañado por la ficha de confesión. ¿Pero llamar a un cura? ¿Para que trajera el olor y el color de la muerte a la que de todas formas tenía tanto miedo ella? ¿Aceites y palabras latinas que sonaban a cementerio? Aún no había pisado cura alguno la casa Stirling sin que el huesudo verdugo le hubiera seguido las huellas. Y lo que no se atrevió a confesarle a Timár era que no estaba seguro de si a su madre le apetecería ver al cura o no, porque, sinceramente, era poco beata. Le había llevado flores y un canario, pero durante todo el tiempo lo había agobiado cierto remordimiento —porque el orden de Dios es extremadamente duro—, no fuera que por la debilidad del hijo, que solo quería protegerla, castigaran a la madre en ese mundo del que no había regreso.
¡Cómo le torturaba a Pista pensar aquello! Y ahora, por un momento volvió a abatirle el remordimiento. Sin embargo, al rato ya sonreía detrás de las lágrimas. En ese instante Virgil le pareció un redentor, un adulto paternal, que simplemente viene, habla y el terrible dilema del niño ya está resuelto. Sacerdote, profesor, amigo íntimo… Un minuto, una idea, y de súbito Timár, sin darse cuenta, se encontraba ya ante la enferma. "



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