La elegancia del erizo (fragmento)Muriel Barbery
La elegancia del erizo (fragmento)

"Ya se estaba montando la película en su cabeza, se veía en plan geisha moderna invitada en casa del rico japonés. Hay que decir que uno de los motivos de la fascinación colectiva por el señor Ozu se debe al hecho de que es de verdad muy rico (según parece). Total, que he ido a su casa a tomar el té y a conocer a sus gatos. Bueno, en lo que a ellos respecta, tampoco me convencen mucho más que los míos, pero al menos los de Kakuro son decorativos. Le he expuesto mi punto de vista, y me ha contestado que creía en la sensibilidad y la capacidad que tiene un roble de irradiar buenas vibraciones, y por lo tanto, con más razón, creía también en las de un gato. De ahí hemos pasado a la definición de la inteligencia, y me ha preguntado si podía anotar mi fórmula en su libreta: «No es un don sagrado, es la única arma que tienen los primates.»
Y luego hemos vuelto a la señora Michel. Él cree que su gato se llama León por León Tolstoi, y los dos estamos de acuerdo en que una portera que lee a Tolstoi, así como libros de la editorial Vrin, quizá se sale un poco de lo corriente. Él tiene incluso elementos muy pertinentes para pensar que le gusta mucho Ana Karenina y está decidido a enviarle un ejemplar. «Así veremos su reacción», me ha dicho.
Pero no es ésta mi idea profunda del día. Viene de una frase que ha dicho Kakuro. Hablábamos de la literatura rusa, que yo no conozco en absoluto. Kakuro me explicaba que lo que le gusta de las novelas de Tolstoi es que son «novelas universo» y, además, que la acción transcurre en Rusia, ese país en el que hay abedules por todas partes y en el que, cuando las campañas napoleónicas, la aristocracia tuvo que volver a aprender el ruso pues ya sólo hablaba francés. Bueno, ésta es una típica conversación de adultos, pero lo bueno con Kakuro es que todo lo hace con educación. Es muy agradable oírlo hablar, aunque te traiga sin cuidado lo que cuenta, porque te habla de verdad, se dirige a ti. Es la primera vez que conozco a alguien que se interesa por mí cuando me habla: no espera aprobación ni desacuerdo, me mira con una expresión como si estuviera diciendo: «¿Quién eres? ¿Quieres hablar conmigo? ¡Cuánto me gusta estar contigo!» A eso me refería cuando hablaba de educación, esta actitud de alguien que le da al otro la impresión de estar ahí. Bueno, así en general, la Rusia de los grandes rusos a mí me importa bastante poco. ¿Que hablaban francés? ¡Pues, qué bien, enhorabuena! Yo también y no exploto a los mujiks. Pero, en cambio, y aunque al principio no he entendido muy bien por qué, he sido sensible a los abedules. Kakuro hablaba del campo ruso con todos esos abedules flexibles, cuyas hojas sonaban como un murmullo, y me he sentido ligera, ligera...
Después, reflexionando un poco sobre ello, he comprendido en parte mi repentina alegría al hablar Kakuro de los abedules rusos. Me ocurre lo mismo cuando se habla de árboles, del árbol que sea: el tilo en el patio de la casa de labor, el roble detrás de la vieja granja, los grandes olmos que hoy ya no existen, los pinos doblados por el viento en las costas ventosas, etc. Hay tanta humanidad en esta capacidad de amar los árboles, tanta nostalgia de nuestros embelesos primeros, tanta fuerza en este sentirse tan insignificante en el seno de la naturaleza... Sí, eso es: la evocación de los árboles, de su majestuosidad indiferente y del amor que por ellos sentimos nos enseña cuán irrisorios somos, viles parásitos que pululamos en la superficie de la tierra, y al mismo tiempo nos hace dignos de vivir, pues somos capaces de reconocer una belleza que no nos debe nada.
Kakuro hablaba de los abedules y, olvidando a los psicoanalistas y a toda esa gente inteligente que no sabe qué hacer con su inteligencia, de pronto me sentía más adulta por ser capaz de comprender la grandísima belleza de estos árboles. "



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