Cara de liebre (fragmento)Liliana Blum
Cara de liebre (fragmento)

"Ya está oscuro. Hace apenas una hora que Tamara ha regresado del spa. En el espejo, su cuerpo se le antoja desconocido, grotesco. Desnuda, se examina desde todos los ángulos posibles. La curva de su columna vertebral está más pronunciada y su panza es evidente, como una boa haciendo la digestión. Tamara decide quedarse sin ropa: no sabe si en realidad el ambiente es caluroso o si el bebé ha transformado su cuerpo en un horno.
Las cortinas cerradas, el radio encendido en una estación de oldies but goodies que promete diez canciones al hilo sin cortes comerciales. Un trato justo. La música es compañía. El lienzo con la ëgura de Nick la espera sobre el caballete. Antes de empezar, va a la cocina y se prepara un licuado con plátano y avena. Mira a través de la ventana sobre el fregadero: los arbotantes desbordan luz sobre las banquetas. Las ventanas de las casas vecinas aún siguen iluminadas. Le parece escuchar un ulular a la distancia: ¿lechuzas? De vuelta en el estudio, mastica dos gomitas en forma de oso, sus vitaminas prenatales, y levanta los brazos para estirarse.
Acomoda los pinceles, la pintura, y vuelve a pensar en ese Nick que la ha estado evadiendo a pesar de saber de su situación y responsabilidad en ella. Él, que nunca quiso amarla o corresponderla con un gesto o una caricia que no fuera para iniciar un acto sexual. Ese hombre lucía monstruoso en su memoria: hablaba solo de sí mismo, elogiaba su propio talento, desmenuzando con soberbia sus planes de escribir un libro sobre su vida, adaptar el libro a un guion y dirigir él mismo la versión cinematográfica. La forma tan despectiva en la que se expresaba de otras mujeres de su pasado, diciendo que la energía negativa que le trasmitían le afectaba y temía que llegara hasta su hija por medio de él. Por eso tuvo que deshacerse de ellas como si fueran basura contaminada, le dijo. Por eso había alejado a Tamara de la misma manera.
Abre los ojos y comienza a pintar. Lo hace durante varias horas, que pasan inadvertidas. Cuando mira el reloj, son las tres de la mañana en punto. La hora del diablo, dice en voz alta, y es curioso que piense en esa referencia porque frente a ella hay un Nick-fauno, con el cuello torcido para enfrentar al espectador con la mirada. Su cuerpo es corto, de nalgas caídas y panza de pez globo, con pelos negros e hirsutos que lo cubren casi por completo, un pene minúsculo y torcido, piernas delgadas y chuecas como ramas de árbol, brazos demasiado cortos y regordetes. El Nick de su pintura se sostiene sobre un par de pezuñas oscuras, tiene barba y cuernos de chivo, un rabo peludo que brota desde la rabadilla llena de lonjas. La mirada penetrante, hechizadora, su poderosa arma en este país racista, es azul, torva, maligna. "



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