Las tardes del sanatorio (fragmento)Silvio Kossti
Las tardes del sanatorio (fragmento)

"Echó mano el doctor de los consejos y lecciones de su colega y amigo el ilustre Charcot de la Salpêtrière, así como de los tratadistas en la materia, Pierre Janet e Ingegneros [sic], y los no menos sabios profesores de la Escuela de Nancy. Poco a poco, con paciencia y perseverancia, fue adueñándose de aquella mentalidad ligera y versátil, que acabó por plegarse dócil a todas las sugestiones, de tal modo que ya bastaba una simple orden del doctor para provocar en Zoe el sueño hipnótico. Se desdoblaba entonces su personalidad y en estado de sonambulismo caminaba, lloraba, reía o gozaba, según era la voluntad del doctor, su dueño.
(…)
El énfasis fue siempre puesto sobre el peligro de la masculinización de las mujeres y el abandono por estas de los atributos supuestamente femeninos. El horror a la androginia tenía su origen, de hecho, en los temores relativos a los cambios en los modelos de feminidad, que amenazaban con destruir la distribución tradicional de los papeles sexuales. Lo que sucedía era que, obviamente, las ansiedades acerca de la crisis del modelo de feminidad tradicional eran indisociables de una profunda inquietud relativa al ideal de masculinidad.
(...)
En la sala de instrumental aneja al quirófano se siente bullir de colmena: los autoclaves tragando y echando cendales, gasas y blusones, la panzuda caldera del agua esterilizada, orlada de doble fila luminosa de dardos de gas, otro autoclave complicado y brillante como en día de estreno, haciendo el suero; las pinzas, estiletes, bisturís, agujas, trocares, etc., hirviendo como sopa endiablada ó medroso pandemónium. Un esbirro embobina y esteriliza el catgut y la seda de Florencia destinada á suturar la brecha; otro tal prepara las pociones medicamentosas, dispone en orden los elementos del apósito, limpia las jeringuillas, apresta la anestesia.
Toda esta baraúnda y ajetreo se termina por el rumor leve de un carro que se llega en busca del enfermo.
Ya está aquí: ¡oh, noble cuadriga de llevar vencidos!, pequeño automóvil de dos esbirros de fuerza: carga con mis huesos y llévame presto á la cittá dolente, en triste y temeroso viaje, para donde no sé si me han tomado billete de ida y vuelta. "



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