El Renacimiento en Italia (fragmento)John Addington Symonds
El Renacimiento en Italia (fragmento)

"Los cardenales, entre tanto, no habían permanecido ociosos. Supieron emplear el largo y tedioso intervalo del letargo de Inocencio VIII en un trajín simoniaco. Digamos de pasada que la simonía daba a las grandes familias italianas un interés directo en la elección de los candidatos más ricos y que mejor pagaban. Le cuadraba muy bien a un hombre como Ascanio Sforza engordar la gallina de oro que ponía tales huevos, antes de retorcerle el cuello; en otras palabras, aceptar los sobornos de Inocencio y Alejandro, demorando para el momento oportuno su propia exaltación al pontificado. Todos los cardenales que formaban el Sacro Colegio, con excepción de Rodrigo Borgia, eran criaturas de los dos papas anteriores. Como habían comprado sus capelos por oro, no mostraron ahora el menor reparo en vender sus votos al mejor postor. El Borgia era el más rico, el más fuerte, el más sabio y el más mundano de todos. Calculó exactamente cuánto valdría el sufragio de cada uno de sus cofrades y trazó sus planes en consonancia con ello. El cardenal Ascanio Sforza, hermano del duque de Milán, aceptaría el lucrativo puesto de vicecanciller. El cardenal Rodrigo era hijo de Isabel Borgia, sobrina del papa Calixto III, casada con Joffré Lenzouli. Tomó el nombre de Borgia al llegar a Roma para recibir el capelo cardenalicio y compartir la grandeza de su tío.
El cardenal Orsini quedaría satisfecho con los palacios de los Borgia en Roma y los castillos de Monticello y Saviano. El Cardenal Colonna tenía la vista puesta en la abadía de Subbiaco, con sus fortalezas. El cardenal S. Angelo prefería el confortable obispado de Oporto, con las bodegas de su palacio repletas de vinos escogidos. El cardenal de Parma aceptaría la diócesis de Nepi. El de Génova podría congraciarse con la iglesia de Santa María, en la Vía Lata. Otros miembros menos influyentes del Cónclave podían comprarse con oro: para satisfacer sus exigencias, los Borgia enviaron a Ascanio Sforza, en pleno día, cuatro mulas cargadas de oro, con instrucciones para que lo repartiera entre los votantes, en proporciones adecuadas. El orgulloso Giuliano della Rovere permanecía implacable e irreductible. Su vehemente temperamento vislumbraba en el de Borgia un adversario digno de él. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com