Las esferas invisibles (fragmento)Diego Muzzio
Las esferas invisibles (fragmento)

"Al avanzar la noche, el frío se volvió más intenso. Nadie dormía. Ayala, en su rincón, seguía lamentándose y, cada tanto, alguno de los mellizos escupía un insulto. María también lloraba, pero en silencio. Apreté la empuñadura del cuchillo, procuré permanecer alerta. Pero la extrañeza de mi nuevo estado me distraía de mis propósitos. Hace más de treinta años que convivo con las tinieblas. He aprendido a descifrar los sonidos que me rodean. La cadencia del aleteo de un pájaro, en el patio, me revela si se trata de un benteveo o de un cardenal. Puedo oír la marcha de un ratón a lo largo del zócalo, los discretos pasos de mi hermana cuando, en la madrugada, se levanta a beber una copita de jerez, el chapoteo de un sapo en el fondo del aljibe. Entonces, sólo llevaba ciego unas pocas horas, de modo que me era imposible detectar la fuente de un sonido cualquiera. En todo caso, los ruidos de la noche parecían amplificarse y todos, hasta los más inocentes, se me antojaban amenazantes. El silbido del viento, el golpeteo de la lona bajo la cual nos hallábamos, el súbito desprendimiento de un poco de sal de la montaña cargada en la carreta, el crujir de algún listón de madera, un caballo orinando o pateando el piso, un carraspeo, los insistentes susurros de los mellizos, cualquier sonido era motivo de sobresalto e incertidumbre. Pensé que permanecer así, inactivo, empeoraba de algún modo la situación. Y, como el frío arreciaba, decidí encender fuego. Cuando escucharon que me movía, los mellizos se pusieron nerviosos. Uno de ellos preguntó qué hacía. Respondí de mala manera y me arrastré hacia donde creí se hallaba el fogón. Avanzando ahora en cuatro patas, como un perro, fui tanteando y encontré, aquí y allá, los restos desperdigados de la última borrachera: el barrilito de aguardiente vacío, un pañuelo, un cinto, un vaso de latón... Seguí moviéndome, adelantando alternativamente el brazo derecho y el izquierdo para palpar la oscuridad, buscando el círculo de piedras. Al cabo de un tiempo di con él y con la leña apilada a un lado. Las cenizas estaban frías. Amontoné unos troncos y busqué el yesquero en el interior de mi casaca. Durante un buen rato intenté en vano encender el fuego. Y, con cada intento fallido, fui tomando conciencia de la dificultad de hacer cualquier cosa en la oscuridad, de las miserias y penurias que me esperaban a partir de entonces, si es que, de algún modo, lográbamos regresar sanos y salvos al fortín. ¿Cómo iba a sobrevivir? ¿Cómo se gana la vida un ciego? Mis pretensiones de convertirme en médico truncadas, tan cerca de la meta... Ni siquiera podría recluirme en el placer de la lectura. Dependería de la misericordia de los otros para todo. En esto pensaba mientras procuraba arrancar unas chispas al yesquero que, finalmente, escapó de mis manos temblorosas y que ya no me preocupé en encontrar. Apretando un puño contra mi boca, me doblé sobre las cenizas y lloré en silencio. "


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