Baño de luna (fragmento)Yanick Lahens
Baño de luna (fragmento)

"Una semana entera esperando apariciones. Una noche entera escuchando al mar gemir, soplando bajito nombres de espuma: Altagrâce, Eliphète, Philomène. Vivo en un pueblo de toba, de sal y de agua donde los habitantes agobiados por recuerdos desmembrados cargan a sus muertos en bandolera y ya no esperan las metamorfosis del tiempo, las sorpresas del presente. A menudo, para olvidar que en Anse Bleue la vida tiene dos anclas en los pies, vengo al arenal para observar cómo se hacen y se deshacen las olas, respirar por todos los poros e impregnarme de iodo y de algas marinas, de esas fragancias amargas del mar que dan al alma esa extraña mordida.
Hay una vieja historia entre el pueblo, mi familia y el agua. Una historia de comienzo del mundo. Apenas después de la separación del cielo y de la tierra. Los Mésidor, en el otro extremo de las tierras, juraron desde siempre que se vengarían hasta el último descendiente de los Lafleur. Philomène Lafleur, mi madre, pasó lo mejor de sus días secando pescado, sacando agua de la única fuente del pueblo, lavando y tendiendo la ropa gastada con tufo de salmuera que nos cubre el cuerpo. Durante sus noches se abrió dócilmente a la simiente de mi padre, Dieudonné Lorival. Simiente que desparramó a una decena de negras en los pueblos tierras adentro. Philomène Lafleur tuvo, al menos, cuatro niños y tres niñas. Nadie puede afirmar con precisión el número, la calidad y el color de los frutos expulsados por otros vientres. Temprano por la mañana, una vez bebido su café, mi madre apoyaba los pies a lo largo del encaje negro de algas, emitía una queja medio atragantada y se sentaba con las piernas abiertas como una vaca llena y a la espera. Un día, nunca sabremos cómo ni por qué, mi madre se fue para no volver. Algunos juraron que, de lo alto de la meseta, vieron una larga silueta de mujer saliendo del cabrilleo de las olas. Y mi madre habría caminado tranquilamente sobre las aguas furiosas para seguirla. Los Mésidor, que respiran contra sus muertos, afirmaron que uno de ellos, en camino submarino hacia la lejana Guinea, la arrastró en esa mortaja de agua.
Desde entonces me he prometido mantener los ojos abiertos. Para sorprender lo que esconde el mar bajo su vestido de sal y de agua, sus misterios de espuma y los sueños húmedos y violetas de Philomène Lafleur. Y escrutando el cielo, interrogando al océano, el alma torturada por su extrañeza, aprendí a amar las extravagancias, las turbulencias y la belleza del mundo. "



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