India mon amour (fragmento)Dominique Lapierre
India mon amour (fragmento)

"El último virrey de la India tiene razón. En seguida encuentro en la tienda de Frank Dale el coche emblemático que deseo que comparta conmigo la apasionante aventura que me espera al recorrer de un extremo al otro la India. Es negro y gris, muy aristocrático. La sobriedad de las líneas, la distinción de su frontal, su potencia discreta, lo convierten, en mi opinión de neófito, en uno de los modelos más logrados de toda la historia de la marca. No me canso de la belleza de sus líneas, todo sobriedad, distinción, potencia viril. Además tiene el mérito de no haber costado más que cinco mil libras esterlinas, apenas el precio de un Citroën D.S. En previsión de la larga estancia india a la que lo destinaré, paso todo un día familiarizándome, en compañía de mi mujer, Dominique, con los diferentes órganos de esta joya. Dominique anota religiosamente en un cuaderno escolar las explicaciones del jefe de los mecánicos del taller. Dibuja la forma de los pernos, de los tornillos, de las piezas que tal vez deberemos reemplazar nosotros en alguna parte de un desierto perdido del Rajastán o del Decán.
Tan minuciosamente envuelto en plástico acolchado como si de la Venus de Milo se tratara, encerrado en una caja, mi coche abandona Marsella la víspera de Navidad. Tres meses más tarde voy a recibirlo en el puerto de Bombay. Su primera noche india tiene como decorado uno de los majestuosos garajes del Royal Bombay Yacht Club, que antaño acogían a los Silver Phantom y los Silver Ghost de los altos dignatarios del imperio. Bajo las miradas maravilladas y los aplausos de los transeúntes, de los niños, de los comerciantes ambulantes de la gran plaza vecina de la Puerta de la India, al día siguiente cojo la carretera de Nueva Delhi, donde me espera Larry Collins. Esta calurosa actitud me conforta. En París, algunos de mis amigos se habían escandalizado por el hecho de que quisiera circular con un coche tan lujoso por un país abrumado por tanta pobreza. Consciente del problema, vacilé durante un momento. Pero a la que el largo capó de mi Silver Cloud abandona el centro de Bombay, me doy cuenta de una cosa maravillosa: la India comparte mi placer. En cada parada me veo rodeado, sumergido, engullido por una multitud entusiasta. Para que me guíe hasta la capital india, que se halla a mil quinientos kilómetros de distancia, y para que me sirva de intérprete en caso de necesidad, he invitado a un joven chófer del consulado francés de Bombay. Se llama Ashok y es hindú. Pilotar el carro celeste de Arjuna no le habría hecho más feliz. Pero encontrar la salida de una megalópolis tan tentacular como Bombay requiere otros conocimientos aparte de los mitológicos. "



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