El león rojo (fragmento)Mária Szepes
El león rojo (fragmento)

"-¡Estoy rodeada de locos! -berreaba, para después, de repente, quizá bajo el agradable efecto de su propia excitación, deshacerse de pronto en lágrimas. Lloraba por sí misma, a eso estaba siempre dispuesta. A mi padre, que sudaba de miedo, le reprochaba cada sacrificio que ella había hecho por él, su perdida juventud, su belleza, que debía ocultar bajo el celemín... y llegado a este punto, siempre mencionaba el lánguido amor que un noble viajero en el pasado había sentido por ella.
-¡Podría andar vestida de terciopelos y sedas! -sollozaba en un tono estridente y patético-. ¡Pero tengo que pudrirme en un apestoso agujero, donde todos se aprovechan de mí! ¡En todos los días de mi vida nadie me ha dedicado una palabra amable! Me deslomo por todos, pero a ninguno se le ha ocurrido decirme siquiera una vez: ¡Gracias, Teresa!
De su propia belleza hablaba como de los fenómenos de la naturaleza, como del sol, la luna y las estrellas, y tenía la idea fija de creerse irresistible. Cualquiera que llevara pantalones y osara levantar la vista hacia ella, se convertía de inmediato en su «esclavo». Todos se morían por ella, desde el pequeño aprendiz hasta el viejo y tranquilo cargador de sacos. Las pudorosas campesinas que esperaban que su grano fuera molido la miraban con fijeza, horrorizadas y sin comprender, cuando a espaldas de algún criado, por medio de guiños y gestos les daba a entender que aquel mozo, que no sospechaba nada, la devoraba con sus miradas, o llamaba su atención sobre cómo la había tocado a propósito, con tembloroso deseo. Era una mujer alta, de huesos grandes, que se erguía sobre las dos gruesas columnas que tenía por piernas. Sus hombros, en comparación con sus tremendas caderas en forma de pera, daban la impresión de ser casi delgados. Su rostro era de una belleza aceptable. Tenía un cutis limpio y suave, sus rasgos eran regulares, sólo la punta de su nariz resultaba inquietante. Los ojos oscuros, algo juntos, bajo las cejas arqueadas, revelaban una mirada de fría dureza. Su risa tenía un sonido metálico. Desde el primer momento en que yo empecé a pensar, me rechazó. Su naturaleza, que la hacía meterse en todo, asediadora frente a todos los intentos de disidencia, ruidosa y violenta, me convirtió en un niño solitario, silencioso y reservado. "



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