El derviche y la muerte (fragmento)Mesa Selimovic
El derviche y la muerte (fragmento)

"Inicio este relato mío por nada, sin ningún provecho para mí ni para los demás, por una necesidad más fuerte que el provecho y la razón, para que de mí quede mi propia memoria, el tormento escrito sobre la conversación conmigo mismo, con la remota esperanza de que alguna solución se encontrase a la hora de hacer cuentas, si es que se hicieren, al dejar la huella de tinta sobre este papel que me espera como un desafío. No sé qué es lo que será anotado aquí, pero en los ganchos de las letras se quedará algo de lo que estaba ocurriendo en mis adentros sin desaparecer en los torbellinos de la niebla como si no hubiera existido o como si yo no supiera qué fue lo sucedido. Así podré ver cómo he ido cambiando, podré ver ese asombro que desconozco, y me parece asombro porque no siempre fui lo que soy ahora. Estoy consciente de que escribo de manera confusa, mi mano tiembla por el desenlace que me aguarda, por el juicio que estoy empezando, en el cual soy todo: juez, testigo y acusado. Voy a ser todo tan honestamente como pueda, como cualquiera podría, porque comienzo a dudar de que la sinceridad y la honestidad sean lo mismo. La sinceridad es la convicción de que uno dice la verdad (¿y quién puede estar convencido de ello?), mientras que honestidades hay muchas y, entre sí, no concuerdan.
Mi nombre es Ahmed Nurudin. Me lo dieron y yo lo tomé con orgullo, pero ahora pienso en él con asombro y a veces con sorna, tras una larga serie de años que se me pegaron como la propia piel, porque la luz de la fe es una soberbia que yo ni siquiera había sentido y ahora me da, incluso, un poco de vergüenza. ¿Qué luz soy yo? ¿Qué es lo que me ilumina? ¿Conocimiento?, ¿un saber superior?, ¿un corazón puro?, ¿un camino correcto?, ¿el no dudar? Todo se pone en duda y ahora soy sólo Ahmed, ni sheij ni Nurudin. Todo se desprende de mí, como vestimenta, como coraza, y queda lo que hubo antes de todo, la piel desnuda y el hombre desnudo.
Tengo cuarenta años, una edad fea: todavía se es joven para tener deseos, pero ya viejo para realizarlos. Es cuando en todo hombre se apagan las inquietudes y se refuerzan los hábitos y la seguridad adquirida para la impotencia venidera. Y yo apenas estoy haciendo lo que debí hacer hace mucho, cuando el cuerpo rebosaba lozanía, cuando el sinfín de caminos era bueno y todas las equivocaciones resultaban tan útiles como las verdades. Qué lástima que no tenga diez años más, porque la vejez me libraría de rebeliones, o diez años menos, pues me daría igual. Porque treinta años es juventud, lo creo ahora cuando me he alejado de ella irremediablemente, la juventud que no teme a nada, ni siquiera a sí misma. "



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