De la oscuridad, de MundosGertrud Kolmar
De la oscuridad, de Mundos

"De la oscuridad vengo yo, una mujer.
Llevo un niño, ya no sé de quién;
en otro tiempo lo supe.
Pero no hay más hombre para mí...
Todos se han hundido a mi paso, como un riachuelo
que la tierra bebió.
Avanzo, más y más lejos.
Porque quiero alcanzar las montañas antes de que se haga
de día, y ya se apagan las estrellas.

De la oscuridad vengo yo.
Marchaba sola por las oscuras callejas
cuando de pronto se abalanzó una luz, despedazando
con sus garras la blanda negrura,
el leopardo a la cierva,
y una puerta abierta del todo escupió una espantosa
algarabía, un griterío salvaje, un aullido animal.
Unos borrachos se revolcaron...
Todo esto lo sacudí del borde de mis ropas por el camino.

Y atravesé el mercado desierto.
Las hojas nadaban en los charcos, que reflejaban la luna.
Perros flacos, ansiosos, olisqueaban desperdicios
sobre las piedras.
Pisoteadas, se pudrían las frutas,
y un viejo cubierto de harapos seguía torturando
su pobre instrumento de cuerda.
Cantaba en voz baja un desafinado lamento,
sin ser oído.
Y aquellas frutas que en otro tiempo maduraron al sol,
con el rocío,
aún soñaban con el perfume y la dicha de la amorosa flor,
pero el mendigo quejumbroso
hacía tiempo que lo había olvidado y no conocía ya
más que el hambre y la sed.

Ante el palacio del poderoso me detuve en silencio,
y cuando pisé el escalón más bajo,
el porfirio rojo carne estalló, partiéndose
bajo mi suela.
Me volví
y miré hacia arriba, hacia la ventana vacía, la tardía vela
del pensador,
que meditaba, meditaba, y jamás se libró de su pregunta,
y hacia la lamparilla velada del enfermo que, por supuesto,
no estudió
la forma en que habría de morir.
Bajo los arcos del puente
dos esqueletos horribles se pegaban por el oro.
Yo alcé mi pobreza como un escudo gris ante mi rostro
y seguí mi camino sin ser molestada.

A lo lejos el río habla con sus orillas.

Ahora tropiezo al subir por el sendero de piedra,
recalcitrante.
Los guijarros, los matorrales de espinas hieren las manos
que tantean a ciegas:
esperan un gruta,
que en la más profunda hendidura alberga al cuervo
verde metálico, el que no tiene nombre.
Entraré ahí,
me acurrucaré bajo la sombra de sus grandes alas
y descansaré.
Amodorrada, escucharé cómo crece la muda voz de mi hijo
y dormiré, con la frente inclinada hacia el este,
hasta la salida del sol. "



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