Sita (fragmento)Kate Millett
Sita (fragmento)

"Casi superficial cuando sucedió. Había querido hacer el amor toda la tarde; esa había sido mi fantasía, una tarde entera, larga y pausada, con todas las variaciones y posibilidades exploradas, saboreadas, habernos rezagado en todas las sensaciones. Pero el cuarto parecía inerte; ruidos en el vestíbulo y en la puerta contigua. Y el cuarto tan pequeño, ni siquiera un baño, un cuarto en el que nunca habíamos estado en todas nuestras visitas; ese viejo hotel, nuestros encuentros tantas veces. Sausalito, las espléndidas noches de nuestro amor de antaño, el fuego crepitando en la habitación grande, nuestros cuerpos esparcidos ante la lumbre sobre una alfombra, antaño noches, tardes, largas mañanas tardías convirtiéndonos en cualquier clase de experimento en el enorme lecho de caoba. La propia cama del general Grant tallada a mano en el cuarto más lujoso de todos. Una habitación que recuerdo, que podría evocar. Cada momento en ella valiosísimo, irreparable, el dolor de su pasado tan cierto como un entierro. Incluso cómo lloraba y temblaba delante del fuego aquella noche, tan tierna con la desnuda piel morena de su cuerpo, llorando porque tenía una entrevista en Los Ángeles a la mañana siguiente y estaba asustada por el trabajo, asustada por si la contrataban, asustada por si no. Prefería Berkeley, pero en el otro sitio pagaban mejor. ¿Acaso era mayor? ¿Husmearían en sus credenciales? ¿Podría seguir adelante ella sola tras una vida de matrimonios? ¿Valían la pena esos trabajos que te matas por conseguir y luego aborreces? ¿Verían todo eso en la entrevista y la humillarían? Su cuerpo estremeciéndose entre mis brazos. Otra Sita de mis miles de Sitas. Nunca la había visto atemorizada, solo conocía la serena competencia de una rotunda gerente universitaria, la administradora, la luchadora por los derechos civiles, la feminista, la sutil y magnífica persona que provocaba cambios, mi Maquiavela. Su feminidad, su inteligencia, su arrojo. Su diplomacia latina, su finura, sus adorabilísimos ademanes, el encanto de su edad y su educación aun diciendo lo mismo que las posturas radicales, pero diciéndolo suave, con cabeza y concisión; mejor aún, haciéndolo. Durante una hora aquella mujer perdida y aterrorizada meciéndose desnuda ante la lumbre. La consolé, la escuché, la tranquilicé. Su imagen y la sensación que emanaba en aquella habitación aquella noche, una habitación al fondo del vestíbulo pero hace un millón de años. Recuerdo los miradores, su canasto de mimbre de viaje, el aroma de su perfume en un chal cuando se quedaba parada frente a las ventanas por la mañana. Resuena en mi mente el eco como el tacto de la seda. Como la carne suave de su nombre, Sita. Formalmente, Innocenza; solariego, casi pomposo; qué gracia y qué ironía —¿Innocenza di che?—. En Italia y en Brasil, donde creció, otros niños le suavizaron el nombre entre juegos, pasó a Sensita y luego, para hacerlo más práctico, se quedó en Sita, el nombre más privado de todos, el más querido, el más secreto. Pronunciarlo es como un beso, el sonido en la boca como los labios raspando la carne blanda. "


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