Un asesinato literario (fragmento)Batya Gur
Un asesinato literario (fragmento)

"Klein arqueó las cejas y contempló una fotografía de gran tamaño colgada entre ambas estanterías, el retrato de un hombre calvo y ancho de cara vestido con un traje de chaqueta. Era una cara que a Michael le resultaba familiar, pero no lograba ubicarla.
—Iddo se marchó a Washington, desde donde me llamó una vez, y luego se fue a Carolina del Norte, a una ciudad universitaria llamada Chapel Hill. ¿Ha estado usted alguna vez en Estados Unidos?
Michael negó con la cabeza y dijo:
—Sólo he estado en Europa.
A continuación preguntó si podía fumar.
—Desde luego, desde luego —respondió Klein, y, sin mirar, desenterró de debajo de un montón de papeles un cenicero de cristal. Era evidente que tenía todo bien localizado.
—Valga lo que le he contado hasta ahora a modo de introducción al verdadero problema, que es el estado en que regresó Iddo Dudai de su visita a Carolina del Norte. Había que conocerlo para apreciar el enorme cambio que se había operado en él. —Klein guardó silencio durante un instante, como si estuviera conjurando la imagen de Dudai, y luego continuó—: Quizá se esté usted preguntando cómo es que teníamos una relación tan estrecha si no era mi alumno…, mi doctorado, me refiero. Naturalmente, había asistido a mis clases e incluso había participado en mis seminarios, pero nuestra relación iba más allá de eso. Era inevitable admirar su seriedad como estudioso y su integridad intelectual. Era un chico honrado e inteligente, aunque careciera de la despreocupación propia de su edad; no tenía nada de travieso, pero tampoco tenía tendencias depresivas. Se podría decir que era una persona sin complicaciones, desde el punto de vista psicológico, aunque de ninguna manera le faltaba sensibilidad. Pero no era proclive a los cambios de humor. Ofra, mi mujer, lo apreciaba mucho y venía a vernos a menudo. Eso no le gustaba a Shaul. Solía hacer comentarios desdeñosos, delante de mí y a mis espaldas, sobre lo que él llamaba mi «mentalidad familiar». Que trajera a casa a personas como Iddo o Yael Eisenstein y les presentase a mi mujer y a mis hijas, que compartiera mi mesa con ellos, era en su opinión un «residuo evidente de la vida provinciana en la colonia de Rosh Pinna». Como es natural, cuando Iddo me escribió diciéndome que iba a ir a Estados Unidos y pidiéndome que le ayudara a encontrar alojamiento, le invité a quedarse con nosotros. Estábamos instalados en una casa espaciosa con un ala independiente para los invitados; recibimos muchas visitas a lo largo del año. Estaba en los terrenos de la Escuela Naval, donde mi tío daba clases de navegación. Los judíos son un pueblo peculiar —comentó Klein a modo de inciso, a la vez que entrelazaba los dedos y se reclinaba sobre el respaldo exhalando un suspiro, y luego se volvía para contemplar el jardín por la ventana. "



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