Un corazón demasiado grande (fragmento)Eider Rodríguez
Un corazón demasiado grande (fragmento)

"El silencio de una chocaba contra el silencio de la otra, al cerrarse el frigorífico, al poner los vasos sobre la mesa, cuando los tenedores golpeaban los platos.
–Sabes lo que voy a decirte, ¿verdad? –le preguntó Madalen a su madre.
–¿Que tienes problemas con las drogas?
Pocas veces se ponía nerviosa, pero cuando lo hacía decía cosas que ni siquiera sabía que podía llegar a pensar.
–Te estás escapando.
–No tengo ni la menor idea.
–Es sobre papá.
–Ah… ese hombre. ¿Ha empeorado?
–Cada día.
Ixabel chasqueó la lengua para dar por terminada la conversación. Pero Madalen no se dio por vencida:
–Ahora ya sabes lo que quiero decirte.
–Ni se te ocurra. Hablo en serio. ¡Ni se te ocurra! –Ixabel levantó las manos como un policía alejando a los curiosos en un accidente.
–No hay más remedio. Si lo hubiera, sabes que no te lo pediría.
Madalen pidió permiso a su madre para llevarse el pedazo de tortilla que había sobrado. Se había pintado las uñas de morado, de esa manera que sólo les queda bien a las chicas jóvenes, con los bordes mal trazados, tenía la piel morena.
Nunca en la vida le había pedido nada, y nunca había utilizado ese hecho como argumento a su favor.
Ixabel y Ramón se separaron cuando Madalen tenía dos años, y un año después, el nuevo novio de Ixabel se mudó a Hendaya con ellas. Desde entonces vivían en una casa unifamiliar azul y blanca construida en la década de los cincuenta, que en la parte trasera tenía un bonito jardín, y en la parte delantera el nombre «Ene kabia», «Mi nido», que había seducido a Ixabel desde el momento en que la vio por primera vez. Ramón se fue a vivir a San Sebastián, allí reorganizó su vida. Madalen aceptó sin quejas el ir y venir cada quince días entre los papábados (que llamó así hasta la adolescencia) y su vida cotidiana, convirtiendo la frontera administrativa en frontera emocional.
–Será de lunes a jueves. Empezando este mismo lunes. El viernes, en cuanto vuelva de Burdeos, cogeré yo el testigo, hasta el domingo.
Ixabel se imaginó a sí misma vestida de chándal, con una cinta de felpa en la cabeza, llevando penosamente el testigo entregado por su hija en la estación de tren. "



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