Testigo de raza (fragmento)Fatima Massaquoi
Testigo de raza (fragmento)

"Cuando una hermosa mañana estival de 1934 llegué a la escuela, Herr Grimmelshäuser, nuestro maestro de tercer grado, comunicó a la clase que el director, Herr Wriede, había dado la orden de reunir en el patio al alumnado y el cuerpo docente. Allí, ataviado con el pardo uniforme nazi que solía vestir en las grandes ocasiones, éste anunció que «el más esplendoroso momento de nuestras jóvenes vidas» era inminente, que el destino nos había escogido para estar entre los agraciados por la fortuna de contemplar a «nuestro amado führer Adolf Hitler» con nuestros propios ojos. Era ése un privilegio, nos aseguró, que nuestros hijos aún no nacidos y los hijos de nuestros hijos envidiarían en tiempos venideros. Yo tenía entonces ocho años y no había advertido que, de los casi seiscientos chicos congregados en aquel patio, era el único a quien Herr Wriede no se dirigía.
Creyéndose lo que había dicho el director, toda la escuela no tardó en bullir ante la perspectiva, inusual y totalmente inesperada, de disfrutar de un día prácticamente libre. A todos nos habían inculcado a conciencia el heroico ascenso al poder del Führer y sus sobrehumanos esfuerzos para liberar a Alemania de la esclavitud sufrida desde su derrota en la Primera Guerra Mundial en aras de la recuperación de su gloria y la preeminencia de antaño. Para entonces ya sentíamos la omnipresencia del Führer. Sus retratos aparecían por doquier: en todo el colegio, en los edificios públicos de la ciudad, en carteles y sellos de correos, en periódicos y revistas. Todavía más impactantes resultaban el timbre de su voz, ya tan familiar por la radio, y sus fascinantes comparecencias en los noticiarios semanales del cine del barrio. Ahora tendríamos la oportunidad de ver con nuestros propios ojos a este legendario salvador y benefactor de la Vaterland. La mayoría de los estudiantes, yo incluido, sentía que las emociones que nos aguardaban escapaban a nuestra capacidad de comprensión. "



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