Un pez en la inmensa noche (fragmento)Marcelo Caruso
Un pez en la inmensa noche (fragmento)

"En el piso, la boca del hombre se contrajo, tembló un instante y luego se calmó. Algo había irrumpido desde la garganta y la había dejado inmóvil, con una mueca crispada. El único ojo abierto del hombre veía un escritorio borroso, un cuadro vacío y un estante. Todo lejano, confuso, como del otro lado de un vidrio sucio. En la penumbra de la habitación sólo se oía un burbujeo de agua. El hombre escuchaba también el chasquido de su lengua, que intentaba despegar un coágulo pegoteado entre los dientes. El ojo fue girando con esfuerzo, encontró la sombra de la nariz, los poros del piso como cráteres, restos extraños, varias gotas de sangre y algo negro y cilíndrico que lo apuntaba como un dedo feroz. Con insólito realismo, aquello atravesó la superficie de ese vidrio sucio para instalarse frente a su pupila. El ojo volvió a moverse, esta vez hacia su otro vértice. Tropezó con algunas pestañas pegoteadas, trató de liberarlas, no pudo, descubrió la pata de una mesa iluminada por un resplandor difuso, y se concentró en el esfuerzo de subir hasta la luz. Fue alzándose, al principio con movimientos bruscos, después suavemente, a lo largo del filo vertical de la pata. Halló un travesaño de madera, se elevó temblando, hasta que pudo recorrer por fin una superficie de vidrio. Era una pecera con un foco encendido en una esquina. En su interior, lentas burbujas estallaban al final de su ascenso, expulsadas por el aireador.
Más que pensar, el hombre supo que la luz debía estar iluminándole parte del cuerpo, pero estaba maquinalmente ocupado en la tarea de respirar, y si tenía algo de conciencia se le traducía en imágenes confusas de la infancia, voces que, paradójicamente, resucitaban en ese instante, fragmentos inconexos, un pecho de mujer, una lengua y, sobre todo, el deseo no formulado, pero vivo y ardiente, de encontrarse las manos. El ojo se agitó, buscándolas: las imágenes que encontró de su cuerpo fueron extrañas, como si hubiera contemplado un raro animal extinguido, sobre una mesa de disección, desenterrado de hielos prehistóricos. Cada vez más irritado, el ojo volvió a su posición anterior y recibió otra vez el resplandor de la pecera. Con una calma cercana a la inercia, el agua apenas iluminada le fue entrando en la pupila. Vio la mancha de las piedras, la neblina húmeda de la luz y algo que cruzó lentamente, de derecha a izquierda, envuelto en una oscura y vaporosa parsimonia: el Carassius.
El ojo persiguió con esfuerzo los vaivenes de su cuerpo y de esa cola que, de acuerdo con la posición, estallaba por momentos con un brillo lúgubre. El pez, solo en la reducida inmensidad de la pecera, nadaba zigzagueando hacia una esquina, se topaba con el vidrio, subía y bajaba tratando atolondradamente de superarlo, pero arriba, abajo, a los costados, volvía a chocar de lleno contra él. Entonces giraba, descendía con esfuerzo hasta el fondo de piedras, daba un mordisco a algo y, con el mismo propósito irrealizable, iniciaba empecinadamente su camino hacia la otra esquina del acuario. "



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