Bestias afuera (fragmento) "Ninguna advertencia podía prepararme para la magnitud del aislamiento, para la ruptura que la soledad del paisaje marcaba con lo que iba quedando atrás, y menos aun para lo que sobrevendría después. Atila y yo íbamos camino a La Guillermina, un antiguo casco de estancia en un valle de altura, separado por sierras escarpadas de un pueblo tan insignificante que, a los pocos minutos de haberlo dejado, se había desdibujado en mi mente. El camino de tierra lo recuerdo como una sucesión de cuestas largas y abruptas, repletas de piedras y pozos, con descensos breves que apenas daban respiro para el siguiente repecho. El auto había hecho los primeros kilómetros de asfalto con una placidez asombrosa para sus años; pero después de un rato de andar en tierra, un ruido extraño –un golpeteo en un neumático delantero que apenas se percibía en la ruta asfaltada- se fue magnificando al punto de temer que la cubierta reventara o que la rueda se desprendiera del eje. No había controlado si tenía rueda de auxilio o herramientas -el responsable del auto había sido siempre el abuelo–, pero tampoco quería detenerme. Me encontraba a medio camino entre el pueblo y la estancia, seguir o regresar implicaba el mismo riesgo. Continué manejando atento al ruido de la rueda, vigilando la aparición de algún olor extraño, de una luz de advertencia en el tablero. Los pastos sacudían los penachos verdes y violetas, las pircas ondulaban siguiendo el contorno de las laderas, las cimas se veían aun más negras contra el celeste nítido. " epdlp.com |