Clarissa (fragmento)Stefan Zweig
Clarissa (fragmento)

"De ese modo, aquel singular soldado sólo conocía un método para clasificar cualquier cosa o acontecimiento: las tablas estadísticas.
Tímido en la ternura y torpe en las palabras, intentaba inculcar su amor paternal en el corazón de sus hijos imponiéndoles como deber ineludible que le enviaran por correo constantes informes escritos sobre sus vidas y sus estudios.
En su primera visita tras su regreso de San Petersburgo y su reincorporación al Ministerio de la Guerra, le llevó a su hija de once años un fajo de hojas de papel, en la primera de las cuales había trazado un interlineado como pauta. A partir de entonces, Clarissa debía rellenar una hoja todos los días anotando lo que había aprendido en cada clase, los libros que había leído y las piezas que había ensayado al piano; y los domingos debía enviarle las siete hojas junto con una carta a su padre, que creía fomentar así la madurez de su hija de un modo provechoso y honrado, puesto que la obligaba desde la más tierna infancia a adquirir el sentido del deber y de la perseverancia.
En realidad, la naturaleza rutinaria de aquellos informes hizo que Clarissa, con sus anotaciones diarias, perdiera la visión de conjunto sobre aquellos años, puesto que todas sus vivencias, en vez de acumularse y adoptar una forma concreta, se pulverizaron y desmoronaron a través de aquellos informes prematuros, y cuando hubo alcanzado la edad adulta prolongó aquella tarea por voluntad propia a pesar de que intuía que no era lo más conveniente desde un punto de vista espacial, porque rendir cuentas sin cesar le impedía disfrutar de muchas cosas, y se marchitó prematuramente.
En reflexiones posteriores, no logró reprimir la sensación de que su padre la había privado del placer que habrían podido procurarle los libros y los dibujos en la época escolar, asignándole día tras día dosis regulares en cantidades iguales, aunque ella se daría cuenta, más adelante, de que una sola hora podía aportarle más felicidad que un mes o un año entero.
Él hizo que el colegio le pareciera aún más metódico y monótono de lo que ya era. Pero tampoco pudo evitar sentirse conmovida cuando, tras la muerte de su padre, encontró las hojas, los días de su vida, ordenados en su escritorio. Él los había ido amontonando tal y como ella se los había enviado. Con una metodología ejemplar, como no cabía de otra forma. Le había procurado muchas alegrías sin saberlo. Algunas frases estaban subrayadas en rojo.
Una vez, cuando ella no fue capaz de recitar un viejo poema, él estuvo a punto de morir de vergüenza y de deshonor, porque era un hombre orgulloso, de modo que cogió la regla y tachó a una persona muerta con una alegría muerta. Cada mes estaba atado con una pequeña cinta y cada semestre guardado en una caja diferente en la que también se encontraban sus notas y el informe de la madre superiora sobre sus progresos y su comportamiento; el hombre solitario había intentado compartir las tardes con ella a su manera, y a partir de las respuestas que le escribía a la madre superiora, ella pudo deducir con qué alegría, que él nunca se atrevía a revelar, intentaba seguir su desarrollo con su torpeza habitual, puesto que no conocía otra forma de hacerlo.
Para demostrarlo, Clarissa hojeó algunas de las hojas. No le decían nada. Lo que una vez había sido su vida, ahora transcurría ante sus ojos con un seco crujido. Lecciones sobre cosas que ya llevaban tiempo olvidadas. Intentó recordar cómo había sido en realidad, y recuperó un puñado de recuerdos de aquellos días desaparecidos. "



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