Rómpete, corazón (fragmento)Cristina López Barrio
Rómpete, corazón (fragmento)

"Érase una vez quien no quería ser, esa soy yo: Aurora. Qué horror de nombre tengo, parece el de la princesa de un cuento de hadas.
Esta tarde ha desaparecido mi hermana Clara. Han encontrado abierta la puerta del torreón, como la otra vez, y un trozo de cinta roja enganchado en la valla. Todo ha ocurrido igual que hace doce años, solo que en esta ocasión no ha desaparecido mi hermana gemela. Nacimos el 5 de junio de 2003 en este mismo pueblo; dicen que mamá casi se desangra en el jardín, la encontraron desmayada entre las rosas. Muy de mamá, nada de desmayarse en un sitio vulgar. En el reparto de nombres, y solo en esto, mi hermana tuvo más suerte: Alba, la llamaron. Aurora y Alba.
Mi padre me contaba que Alba y yo llegamos a este mundo cuando aún no es de día, pero ya ha comenzado a irse la noche, lo que se llama amanecer, para no ponerme rebuscada, la noche se muere al tiempo que nace el día, eso es. Quizá en ese instante quedó escrito el destino de mi hermana y el mío. Una debía caminar hacia la oscuridad, otra hacia la luz. Cuando me asalta esta idea siento
que mi corazón se pone blando y se estira, como si fuera chicle, por todas las partes de mi cuerpo. Tengo el corazón en la cabeza, en la punta de los dedos, en los tobillos. Lo siento palpitar mientras desea algo que no sucede. Quizá en esta ocasión sea diferente y Clara no corra la misma suerte que Alba y aparezca.
Hace unas horas que ya es de noche. Por la ventana de mi dormitorio, donde estoy encerrada por orden de mamá, no sea que yo también me evapore, distingo el triángulo de la sombra del bosque. Tengo el corazón en la pantorrilla derecha. La izquierda está sepultada en una escayola desde hace meses, no puedo curarme. Para detener los latidos enciendo mi cámara de vídeo, una vieja Panasonic que perteneció a mi padre: ON. Voy a ser directora de cine. Cuando miro a través de ella todo es perfecto como en las películas de Tim Burton. Desde que murió papá la vida me resulta bastante rara sin la cámara. En el porche descubro a mi madre y a Ricardo. Me gusta observarlos en la pantalla, atrapados en los límites del encuadre. Aquí están más vivos y dicen quiénes son. A la cámara no le puedes mentir. Ella fuma, aunque lo había dejado; él gesticula con las manos, se las lleva a la cabeza, luego la señala con el dedo. No puedo oírlos, pero imagino lo que mamá le dice, o lo que me gustaría que le dijera: «Nunca quise regresar a esta casa y me obligaste, me obligaste y ahora ha vuelto a suceder…». "



El Poder de la Palabra
epdlp.com