La puerta del sol (fragmento)María Flora Yáñez
La puerta del sol (fragmento)

"Desde dentro la asaltó el ruido carpintero. Se levantó de la mesa y sin desgano echó
aceite al motor.
Por unos días no habría voces, órdenes, ni acechos. ¡Tentador
Encontró un aviso (Los dulces consejos. Las encantadoras amenazas). "Si invitas a tu
amiga de enfrente, esos niños sufrirán las consecuencias.
"Que limpien las canaletas de agua.
"No cambien las sábanas.
"Anota en la libreta el número de personas que comen en la casa".
Revisaron las canaletas. El lecho permaneció intacto. Ella anotó en cada hoja de la
libreta el número cien. Llamó a su amiga y la invitó a alojarse.
-Entra. Qué bueno que hayas venido.
Unos ojos solares, tostada, alegre, serena.
-Cuéntame... ¿Cómo es allá? ¿Crees que me será fácil quedarme?
-Por supuesto -le pasó las yemas de los dedos por las manos engrifadas- porque no se
odia.
-Con que allá no hay motores que alimentar?
-No; qué ocurrencia. Se hace lo que se quiere. Nada extraordinario. A lo mejor te
aburres. Tienes menos diversiones que acá, pero es suficiente porque se vive.
-Y ¿se tienden al sol?
-Siempre.
-¿No me podrías traer un poco?
-¡Qué ocurrencia! Tú debes ir. Si se encuentra aquí, al lado, no más.
-Me falta valor. ¿Podré hacer una cosa así? El no ...
-Decídete. Aquí está muy obscuro.
La amiga se fue tiritando y parecía aliviada de marcharse. Desde su ventana, jamás
trajinada por un rayo de sol, la vio cruzar la calle.
Abrió un cajón: retazos. Una corbata de guerra; una mantilla cardada, sedosa, podada a
una infancia; la mitad de un billete, escrita. Y un atado de cartas: había una que ella amaba
sobre las otras. Años que no la leía. La buscó con desesperación. Deseaba releerla. Pero la carta
no apareció.
"El desquite. Tomaría un hacha y con ella descerrajaría los muebles".
La campanilla del citófono:
-Llegué. Te traigo un regalo. Baja.
"En el preciso instante". Descendió. Le castañeteaban los dientes.
Extendió en la mesa un traje de baño.
Se quedó inmóvil. “Así es que no ignora. Acaso me ama. Acaso”.
Penetró a su cuarto. Cogió del velador el atigrado caracol y escuchó el ruido del mar.
Abasteció el motor que agonizaba.
Volvió a su cuarto. El velador, vacío.
-¿Quién me ha quitado mi caracol?
-Yo –la voz, desafiante, desde la pieza vecina- lo tiré a la basura. ¡Qué afán de juntar
mugres!
“Ahora” –pensó ella.
Fue hasta el motor, lo desconectó por vez primera y salió a la calle.
El arco, nítido, enjuagado de oro. Avanzó. Las bocinas porfiaban. Los automóviles
esquivando a la mujer, un camión no se detuvo y la arrolló. “Ahora”, sintió ella. Y,
desangrándose, las piernas quebradas, se arrastró, vigorosamente, hacia el sol. "



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